Capitán RUFINO SOLANO, militar, argentino, nació en Azul el 9 de Abril del año 1838, recordado como “El diplomático de las pampas”, desplegó inigualables acciones en defensa de la paz, de la libertad y de la vida en la denominada“frontera del desierto”. Como resultado de sus acciones, Rufino Solano, haciendo uso de un trato proverbial con el aborigen logró redimir personalmente y en constante riesgo de su vida, a centenares de mujeres, niños y demás prisioneros de ambos bandos enfrentados, impulsado siempre por un constante y comprometido sentimiento en defensa del género, encarnado en la lacerada figura de LA CAUTIVA. De igual modo, mediante sus prodigiosos oficios de mediador y pacificador, se distinguió por haber evitado sangrientos enfrentamientos y pérdidas de vidas humanas, arribando con los máximos caciques indígenas a numerosos acuerdos de paz y de canje de prisioneros. Por su creciente prestigio en el manejo de las relaciones con los aborígenes, el gobierno lo ascendió a capitán, manteniendo la paz en sus confines durante casi veinte años.
Más allá de las virtudes humanas y morales con que estaba dotado el capitán Solano, difíciles de hallar en una sola persona, esta tarea la pudo desarrollar merced a su natural capacidad para interpretar la lengua y el alma del indígena, adquirida desde su infancia por pertenecer a una familia fundadora del pueblo y fuerte del Azul y por su fraternal acercamiento con el pueblo originario, a causa del cargo de alcalde rural de que ejerció su padre Dionisio Solano.
En cumplimiento de servicios a su Patria, el capitán Rufino Solano actuó bajo las órdenes de jefes militares tales como Ignacio Rivas, Benito Machado, Francisco Elías, Álvaro Barros, entre muchos otros; también actuó bajo órdenes directas de Adolfo Alsina, Martín de Gainza, Marcos Paz y otras personalidades políticas del país. Del igual modo, fue lazo y nexo ineludible en la evangelización y salvamento de personas llevadas a cabo entre la Iglesia y los más altos jerarcas aborígenes, tales como Calfucurá, Namuncurá, Catriel, Pinsén, entre tantos. En cumplimiento de esta actividad, se lo vio prestando estrecha y activa colaboración al benemérito Padre Jorge María Salvaire, mentor y fundador de la Gran Basílica de Luján denominado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, actuando como ineludible interlocutor entre los líderes del pueblo originario y el Arzobispado de la ciudad de Buenos Aires, en la persona del Arzobispo León Federico Aneiros, llamado “El Padre de los Indios”. También respondió a numerosos pedidos de instituciones y de particulares con familiares desaparecidos. Toda esta tarea la realizó en beneficio de la población de Azul y de numerosas e incipientes localidades de la Provincia de Buenos Aires, e incluso de otras provincias aledañas. Entre otras significativas intervenciones del capitán Rufino Solano, se destacan la formar parte de los cimientos que dieron origen a las actuales ciudades de Olavarría y San Carlos de Bolívar. Esta encomiable labor del capitán Rufino Solano fue desarrollada durante sus más de veinte años de carrera militar y continuó ejerciéndola desde su retiro hasta su muerte, ocurrida el 20 de Julio de 1913. Este ejemplar ser humano, que lo dio todo por sus semejantes, al cual miles de familias le deben hoy su existencia, murió pobre, viejo y olvidado en su pueblo natal, se llamaba RUFINO SOLANO, capitán del ejército argentino, y su mayor orgullo fue ser, tal como él siempre lo manifestaba “un fiel servidor de la Patria”.-
domingo, 6 de noviembre de 2011
miércoles, 9 de febrero de 2011
POR UN AZUL INTEGRADO Y PLURAL
Escrito por Omar Horacio Alcántara, publicado el domingo 06 de febrero de 2011 en el DIARIO EL TIEMPO de la ciudad de Azul, Pág. 2.-
Todo pueblo necesita tener una identidad, que es lo que lo identifica como comunidad. Ello sirve para saber que sus habitantes tengan un rumbo en común, más allá de los ideales y metas individuales que persigan cada uno. La ciudad de Azul carece de identidad, peor aún, está compuesta por individuos que pertenecen a identidades sectoriales cerradas, cuyo objetivos de exclusivo interés del grupo al cual pertenece. Puede ser que algunos de esos grupos demuestren o quieran demostrar ser más abiertos pero el objetivo final casi siempre es la de imponer sus ideas, sus gustos y concretar sus propios proyectos.
Algunos ciudadanos se sientes orgullosos de pertenecer a determinada estirpe, otros a determinado nivel social y otros se envanecen por sus orígenes. A todo ello espectro social equivocadamente en nuestra ciudad se le denomina diversidad cultural. Es un grave error, la diversidad cultural en nada alude a las personas.
Las personas somos plurales, la sociedad es genéticamente plural, la mentada diversidad cultural se refiere únicamente a los elementos distintivos que componen cada cultura, que en su conjunto conforman lo que se denomina PATRIMONIO CULTURAL. En este sentido Azul posee un riquísimo patrimonio cultural e histórico, ello es innegable. Pero las personas no pueden formar parte de un patrimonio porque este término esta reservado solamente para las cosas y los bienes, las personas no son objetos son sujetos. Pensar lo contrario es atentar contra la dignidad y la naturaleza humana. Además las cosas no pueden reproducirse entre si, como lo hacen las personas.
Es muy bueno sentirse orgullosos por llevar el apellido de nuestros padres, pero alguna vez, nos preguntamos ¿de dónde provienen los apellidos de ellos?, la respuesta es sencilla: de otros cuatro apellidos, los de nuestros abuelos y los apellidos de nuestros abuelos del de los ocho bisabuelos que todos tenemos, luego el de ellos, vienen los apellidos de nuestros dieciséis tatarabuelos y así sucesivamente, luego serán treinta y dos nuestros ascendientes, la sucesión es inexorable y naturalmente geométrica. Esto significa que en el lapso de cien años, en cuatro generaciones, tenemos la sangre y los genes de dieciséis personas en nuestros cuerpos; que es lo mismo que decir dieciséis familias diferentes. Además de ello, las personas de cada generación se casan y procrean entre si, y lo seguirán haciendo en el futuro. Recordemos que ciudad de Azul esta próxima a cumplir ciento ochenta años, es decir, aún tenemos tres generaciones más hacia atrás.
Pensar que algunos se ufanan de pertenecer a un linaje puro, exclusivo y a menudo excluyente!! Por eso, la palabra “diversidad” cuando hace referencia a seres humanos, solo contribuye a separar y a sectorizar, como azuleño eso lo he aprendido muy bien.
Debemos asumir la realidad de que la historia y la cultura de nuestra ciudad se extiende desde Catriel hasta Cervantes, sin exclusión ni supremacía de ninguna etapa sobre otra, pues cada una de ellas es el cimiento y la fuente necesaria para la existencia de la siguiente y lo seguirá siendo hacia el futuro. La ciudad de Azul no comienza cuando nacemos en ella o venimos a habitarla, ya existía desde antes y también existirá cuando ya no estemos. Es por eso que debemos tener una única y propia identidad, que debe ser plural e integral, como lo son nuestros cuerpos, pero lamentablemente aún nos falta integrarlo en nuestra mente. Asumir una identidad plural, sin duda, redundará en beneficio nuestro y de las generaciones futuras, esto sucede así en todos los pueblos que respetan y valoran sus tradiciones; tradición no significa solo lo antiguo o primitivo, esta palabra es sinónimo de traspaso, de continuidad.
Este es el fundamental propósito del espacio comunitario azuleño identificado con el nombre de AZUL PLURAl. www.facebook.com/azul.plural
Y se toma como ejemplo de los primeros años de vida de Azul, las acciones del capitán azuleño don Rufino Solano, quien rescató a centenares de personas, mujeres en su mayoría y sus niños, tanto de un bando como del otro. Todas aquellas personas rescatadas no fallecieron luego, continuaron con sus vidas y constituyeron sus propias familias, muchas de ellas forman parte de nuestros primitivos antepasados y seguramente se fusionaron también de los que vinieron más tarde a vivir a esta hermosa ciudad. Por lo expresado más arriba, quién puede asegurar actualmente, con absoluta certeza, no descender de aquellas personas que rescató y protegió este humilde pero benemérito azuleño. Es probable que de no haber existido, Ud. no estaría leyendo este artículo.
Autor: Omar Horacio Alcántara.-
Todo pueblo necesita tener una identidad, que es lo que lo identifica como comunidad. Ello sirve para saber que sus habitantes tengan un rumbo en común, más allá de los ideales y metas individuales que persigan cada uno. La ciudad de Azul carece de identidad, peor aún, está compuesta por individuos que pertenecen a identidades sectoriales cerradas, cuyo objetivos de exclusivo interés del grupo al cual pertenece. Puede ser que algunos de esos grupos demuestren o quieran demostrar ser más abiertos pero el objetivo final casi siempre es la de imponer sus ideas, sus gustos y concretar sus propios proyectos.
Algunos ciudadanos se sientes orgullosos de pertenecer a determinada estirpe, otros a determinado nivel social y otros se envanecen por sus orígenes. A todo ello espectro social equivocadamente en nuestra ciudad se le denomina diversidad cultural. Es un grave error, la diversidad cultural en nada alude a las personas.
Las personas somos plurales, la sociedad es genéticamente plural, la mentada diversidad cultural se refiere únicamente a los elementos distintivos que componen cada cultura, que en su conjunto conforman lo que se denomina PATRIMONIO CULTURAL. En este sentido Azul posee un riquísimo patrimonio cultural e histórico, ello es innegable. Pero las personas no pueden formar parte de un patrimonio porque este término esta reservado solamente para las cosas y los bienes, las personas no son objetos son sujetos. Pensar lo contrario es atentar contra la dignidad y la naturaleza humana. Además las cosas no pueden reproducirse entre si, como lo hacen las personas.
Es muy bueno sentirse orgullosos por llevar el apellido de nuestros padres, pero alguna vez, nos preguntamos ¿de dónde provienen los apellidos de ellos?, la respuesta es sencilla: de otros cuatro apellidos, los de nuestros abuelos y los apellidos de nuestros abuelos del de los ocho bisabuelos que todos tenemos, luego el de ellos, vienen los apellidos de nuestros dieciséis tatarabuelos y así sucesivamente, luego serán treinta y dos nuestros ascendientes, la sucesión es inexorable y naturalmente geométrica. Esto significa que en el lapso de cien años, en cuatro generaciones, tenemos la sangre y los genes de dieciséis personas en nuestros cuerpos; que es lo mismo que decir dieciséis familias diferentes. Además de ello, las personas de cada generación se casan y procrean entre si, y lo seguirán haciendo en el futuro. Recordemos que ciudad de Azul esta próxima a cumplir ciento ochenta años, es decir, aún tenemos tres generaciones más hacia atrás.
Pensar que algunos se ufanan de pertenecer a un linaje puro, exclusivo y a menudo excluyente!! Por eso, la palabra “diversidad” cuando hace referencia a seres humanos, solo contribuye a separar y a sectorizar, como azuleño eso lo he aprendido muy bien.
Debemos asumir la realidad de que la historia y la cultura de nuestra ciudad se extiende desde Catriel hasta Cervantes, sin exclusión ni supremacía de ninguna etapa sobre otra, pues cada una de ellas es el cimiento y la fuente necesaria para la existencia de la siguiente y lo seguirá siendo hacia el futuro. La ciudad de Azul no comienza cuando nacemos en ella o venimos a habitarla, ya existía desde antes y también existirá cuando ya no estemos. Es por eso que debemos tener una única y propia identidad, que debe ser plural e integral, como lo son nuestros cuerpos, pero lamentablemente aún nos falta integrarlo en nuestra mente. Asumir una identidad plural, sin duda, redundará en beneficio nuestro y de las generaciones futuras, esto sucede así en todos los pueblos que respetan y valoran sus tradiciones; tradición no significa solo lo antiguo o primitivo, esta palabra es sinónimo de traspaso, de continuidad.
Este es el fundamental propósito del espacio comunitario azuleño identificado con el nombre de AZUL PLURAl. www.facebook.com/azul.plural
Y se toma como ejemplo de los primeros años de vida de Azul, las acciones del capitán azuleño don Rufino Solano, quien rescató a centenares de personas, mujeres en su mayoría y sus niños, tanto de un bando como del otro. Todas aquellas personas rescatadas no fallecieron luego, continuaron con sus vidas y constituyeron sus propias familias, muchas de ellas forman parte de nuestros primitivos antepasados y seguramente se fusionaron también de los que vinieron más tarde a vivir a esta hermosa ciudad. Por lo expresado más arriba, quién puede asegurar actualmente, con absoluta certeza, no descender de aquellas personas que rescató y protegió este humilde pero benemérito azuleño. Es probable que de no haber existido, Ud. no estaría leyendo este artículo.
Autor: Omar Horacio Alcántara.-
sábado, 8 de enero de 2011
SEMBLANZA DEL CAPITÁN RUFINO SOLANO POR EL PRESTIGIOSO HISTORIADOR TANDILENSE DON DANIEL EDUARDO PÉREZ
EL DIPLOMÁTICO DE LAS PAMPAS DON RUFINO SOLANO
Existen personajes en la rica historia de nuestra zona que han sido de gran valor para lograr una convivencia que podríamos llamar de alguna manera pacífica, entre blancos y aborígenes en los difíciles años del siglo XIX y que sin embargo apenas tienen una pequeña mención. Este es el caso de don Rufino Solano.
No muy lejos del Tandil, en los pagos del Azul, nació en 1837 , hijo del Teniente Coronel del Regimiento de Patricios Dionisio Solano (1776/1882), un guerrero en las Invasiones Inglesas y de la Independencia Nacional que actuó junto al Gral. Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y del Norte; y luego fue el jefe de la caravana de familias fundadoras de la ciudad de Azul, en 1832, donde siendo Alcalde durante más de treinta años y muriendo allí a los ciento seis años.
Rufino vivió en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. Le correspondió actuar en la frontera interior nada menos que entre 1855 y 1880, lapso en el que conoció y trató personalmente con las más altas autoridades del Gobierno Nacional: Urquiza, Sarmiento, Avellaneda, Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, y, al final de su carrera, Julio A. Roca. En el ámbito militar actuó y combatió a las órdenes de los Coroneles Álvaro Barros, Francisco Elías, nuestro conocido Benito Machado y el Gral. Ignacio Rivas, entre otros. Fue asimismo el eslabón militar con el Arzobispado de Buenos Aires, en la figura de su Arzobispo Mons. León Federico Aneiros, denominado “El Padre de los indios”. Esta última tarea lo llevó a actuar de manera estrecha con el Padre Jorge María Salvaire, mentor y fundador de la Basílica de Nuestra Señora del Luján.
Afirma Omar Alcántara, que Solano era poseedor de un admirable aplomo y un gran poder de persuasión, también se relacionó con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías para contactarlos. Mediante estas acciones, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, canje de prisioneros, incluso, por medio de sus oficiosas gestiones, recuperaron la libertad militares y funcionarios.
Su tarea mediadora y pacificadora, logró evitar incontables enfrentamientos y contener ataques a las incipientes poblaciones, actividad que le fuera encomendada por las autoridades nacionales. Es por ello, que el prestigioso historiador Raúl. Entraigas afirma que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic). El mismo Alsina siendo Ministro de Guerra, en 1875, ante una gran multitud reunida en el Azul, le reconoció : “Capitán Rufino Solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”.
Sus cualidades personales, su lealtad, sinceridad y honestidad en el trato-nos dice Alcántara- fue una virtud que le permitió gozar del máximo prestigio y confianza de ambos bandos. Ello sumado a que desde su niñez y juventud estuvo en constante contacto con el pueblo indígena, especialmente de los Catriel, donde aprendió el idioma y también a domar, a fabricar sus armas, a cazar, a rastrear, a guiarse y sobrevivir en las inmensidades pampeanas y le permitió comprender cuáles eran los sentimientos y las necesidades del pueblo aborigen.
Su hábil manejo de situaciones críticas, evitó mayores derramamientos de sangre y por esto, con toda justicia, se lo conoció como “El diplomático de las pampas”. No participó en la Campaña de Roca. En cumplimiento de su tarea mediadora, se lo vio acompañando a cuanta delegación de indígenas se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales. Cuando venía junto a estas embajadas, solía alojarse con ellos en el Hotel Hispano Argentino o cualquier otro de esa ciudad, y en otras ocasiones en los Cuarteles del Retiro-nos dice Alcántara- y finalizadas las tratativas, regresaba junto a ellos, cabalgando rumbo a la frontera.
Su conducta tanto con sus superiores como con los jefes indígenas fue siempre la misma: lograr acuerdos ecuánimes y que se llegaran a cumplir. Esta honestidad en su comportamiento, le permitió ser respetado y siempre bien recibido en las tolderías.
Su actuación se extendió más allá de nuestra región y así fue reconocido en 1873, en un multitudinario acto, donde le fue entregada en Rosario, una medalla de oro en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. Dicha misión fue cumplida con absoluto éxito. En dicho acto también se le hizo entrega de un pergamino de gratitud el cual manifiesta entre otras palabras:”… en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio”. Por su parte, el 14 de marzo de 1873, el diario “El Nacional”, de Buenos Aires, reflejó en forma destacada lo acontecido:
Luego de finalizar sus luchas, los indios continuaron buscando a don Rufino para que les ayudara a obtener tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su gran influencia y prestigio, conduciéndolos hasta el Presidente de la Nación, Gral. Julio A. Roca, a efectuar sus justos petitorios; haciéndolo así con los Caciques Valentín Sayhueque, Manuel Namuncurá, Lorenzo Paine-Milla, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana García, entre muchos otros más.
Solano también participó en numerosos combates en defensa de pueblos fronterizos, entre los que se contaba nuestro Tandil junto a su amigo y ex jefe Machado, San Carlos de Bolívar, Azul, Olavarria, Tapalqué, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc., interviniendo en Blanca Grande a las órdenes de los coroneles Benito Machado y Álvaro Barros, sentando así las bases de la actual ciudad de Olavaria. A partir de 1868, permaneció en Azul junto al Cnel. Francisco Elías. A las órdenes del General Ignacio Rivas, ya con el grado de capitán, participó en la batalla de San Carlos, contra las huestes de Calfucurá, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientes de la que es hoy la ciudad de San Carlos de Bolívar; en esta última contienda, que duró todo el día, los indios, reconociéndolo, le gritaban “pásese Capitán” En ella actuó como jefe del cuerpo de baqueanos y su intervención no le impidió que al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la toldería del cacique Juan Calfucurá, su contrincante vencido. Este episodio es único e inolvidable-afirma Alcántara-“ porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, y viendo al Capitán Solano velando junto a su lecho, conmovido por este gesto, le indicó que debía retirarse de inmediato porque luego de su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las cautivas”. Así lo hizo el capitán, e inmediatamente, luego del fallecimiento del cacique, salieron en su persecución y cabalgando durante toda la noche, finalmente don Rufino y las cautivas lograron salvarse llegando al día siguiente a un lugar seguro. De esta manera Rufino Solano habría sido el último blanco que vio con vida a este legendario cacique, el cual, en sus últimos instantes de vida, tuvo ese gesto de grandeza y humanidad. Por esta verdadera hazaña, el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros y por el Presidente de la Nación y todo su gabinete. Mons. Aneiros mandó a colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este singular suceso.
A propósito del Arzobispo citado, denominado “El Padre de los indios”, en numerosas oportunidades, recurrió al Capitán Solano que le ofició de enlace e intérprete con diversas visitas de líderes indígenas, con quienes este recordado sacerdote mantuvo reuniones en el citado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras oportunidades, en la propia sede del Arzobispado.
La Iglesia anteriormente había intentado un acercamiento al aborigen. Ya en enero de 1859, el Padre Guimón, asistido por los Padres Harbustán y Larrouy, bayoneses, se había internado en Azul para entrevistarse con el cacique Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este jefe, no pudiendo convencerlo que permitiera enseñar el catecismo en la tribu.
Catorce años más tarde, el 25 de enero de 1874, llegó al Azul el Padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de sus antecesores, pero esta vez contó este sacerdote con la invalorable presencia intercesora de don Rufino Solano, la prudencia y la cautela de este notable sacerdote le aconsejaron su intervención y así lo manifestó:“…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección”.
Queda certificada su activa participación y su benéfica influencia por la existencia de cordiales cartas dirigidas al mismo durante las tratativas: por los caciques Alvarito Reumay y Bernardo Namuncurá, el “escribano de las Pampas”, ambas de 1874. Este último, fue el que salvó al Padre Salvaire cuando estaba a punto de ser ultimado por su hermano, el cacique Manuel Namuncurá.
El capitán Solano colaboró y le allanó el camino en la misión, casi quince años postergada, al Padre Salvaire, llamado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, logrando así la Iglesia tener un contacto mucho más frecuente y fluido con los caciques como lo testimonian notas intercambiadas por Manuel Namuncurá y el Arzobispo Aneiros, destacando este cacique la presencia del Capitán Solano guiando la delegación que iba a entrevistar al ilustre prelado.
Fue el Padre Salvaire quien, más tarde, colocó la piedra fundamental de la Basílica de Nuestra Señora del Luján, el 15 de mayo de 1887, luego fue su Cura Párroco y murió en la misma ciudad de Luján el 4 de febrero de 1899. Sus restos fueron depositados en la cripta situada en el crucero derecho de la Basílica; por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Martín de Tours.
Como contrapartida, resulta una verdadera injusticia que la tumba semiderruida de este destacado militar azuleño esté ubicada en el rincón más apartado, abandonado y olvidado del cementerio de Azul, en un lugar que sin ayuda, difícilmente se la podría localizar.
Por su labor desplegada junto a estas figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que se han referido a él en señal de reconocimiento por la valiosa colaboración; prueba de ello es la preocupación del destacado historiador Mons. Dr. Juan G. Durán, (miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina- quien disertó en Tandil con motivo del centenario de Santa Ana en 2009-), cuando en 2001, fue hasta Azul para fotografiar la tumba del Capitán Solano, publicándola a página completa en su libro “En los Toldos de Catriel y Railef” . También autores y universidades extranjeras han valorado su trayectoria, tal el caso-entre otros- de Susan Rotker de la Rutgers University (EE.UU.).
El capitán Solano, sirvió a la Patria durante toda su larga, pobre y sacrificada vida de frontera, donde rara vez le llegó un sueldo desde Buenos Aires.
En su pueblo natal, Azul, fue homenajeado por el Honorable Concejo Deliberante el 14 de diciembre de 2009, al dictar la Ordenanza que impuso su nombre a un pasaje del ejido urbano como “Capitán Don Rufino Solano “El pacificador de las Pampas”.
Referencias biográficas de nuestro protagonista pueden encontrarse en las obras de, Antonio G. del Valle, D. Abad de Santillán, A. Sarramone, Ricardo Piccirilli, Enrique Udaondo, Vicente Cutolo y Mons. J. G. Durán, pero corresponde a Omar Horacio Alcántara la investigación más interesante sobre este personaje excepcional, trabajo que publicó entre 2007 y 2008 en El Tiempo, Todo es Historia y El Federal y que ha sido la bibliografía fundamental para esta nota.
Tiempos quiso así sumarse a rememorar la vida de este hombre, que combinó la espada con la palabra conciliadora en tan difíciles etapas de nuestra Historia.
Autor: Daniel Eduardo Pérez. Texto extraído del blog http://historicus-daniel.blogspot.com/
El autor de este artículo es oriundo de la ciudad de Tandil, vecina localidad de Azul, es Historiador e investigador de historia argentina, preferentemente historia regional. Ha publicado 15 títulos y premiado en varias oportunidades. Como periodista ha escrito desde hace 15 años en TIEMPOS TANDILENSES entre otros medios. Se desempeñó como Director de Cultura de la Municipalidad de la Ciudad de Tandil, es Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Tandil. Se desempeña como Secretario Administrativo de la Facultad de Ciencias Humanas, dependiente de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN) con sede en la ciudad de Tandil.-
Existen personajes en la rica historia de nuestra zona que han sido de gran valor para lograr una convivencia que podríamos llamar de alguna manera pacífica, entre blancos y aborígenes en los difíciles años del siglo XIX y que sin embargo apenas tienen una pequeña mención. Este es el caso de don Rufino Solano.
No muy lejos del Tandil, en los pagos del Azul, nació en 1837 , hijo del Teniente Coronel del Regimiento de Patricios Dionisio Solano (1776/1882), un guerrero en las Invasiones Inglesas y de la Independencia Nacional que actuó junto al Gral. Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y del Norte; y luego fue el jefe de la caravana de familias fundadoras de la ciudad de Azul, en 1832, donde siendo Alcalde durante más de treinta años y muriendo allí a los ciento seis años.
Rufino vivió en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida el 20 de julio de 1913. Le correspondió actuar en la frontera interior nada menos que entre 1855 y 1880, lapso en el que conoció y trató personalmente con las más altas autoridades del Gobierno Nacional: Urquiza, Sarmiento, Avellaneda, Mitre, Marcos Paz, Adolfo Alsina, y, al final de su carrera, Julio A. Roca. En el ámbito militar actuó y combatió a las órdenes de los Coroneles Álvaro Barros, Francisco Elías, nuestro conocido Benito Machado y el Gral. Ignacio Rivas, entre otros. Fue asimismo el eslabón militar con el Arzobispado de Buenos Aires, en la figura de su Arzobispo Mons. León Federico Aneiros, denominado “El Padre de los indios”. Esta última tarea lo llevó a actuar de manera estrecha con el Padre Jorge María Salvaire, mentor y fundador de la Basílica de Nuestra Señora del Luján.
Afirma Omar Alcántara, que Solano era poseedor de un admirable aplomo y un gran poder de persuasión, también se relacionó con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas, adentrándose hasta sus propias tolderías para contactarlos. Mediante estas acciones, logró liberar cientos de personas, entre cautivas, niños, canje de prisioneros, incluso, por medio de sus oficiosas gestiones, recuperaron la libertad militares y funcionarios.
Su tarea mediadora y pacificadora, logró evitar incontables enfrentamientos y contener ataques a las incipientes poblaciones, actividad que le fuera encomendada por las autoridades nacionales. Es por ello, que el prestigioso historiador Raúl. Entraigas afirma que “durante casi veinte años el Capitán Solano logró mantener la paz en sus confines (sic). El mismo Alsina siendo Ministro de Guerra, en 1875, ante una gran multitud reunida en el Azul, le reconoció : “Capitán Rufino Solano, usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero”.
Sus cualidades personales, su lealtad, sinceridad y honestidad en el trato-nos dice Alcántara- fue una virtud que le permitió gozar del máximo prestigio y confianza de ambos bandos. Ello sumado a que desde su niñez y juventud estuvo en constante contacto con el pueblo indígena, especialmente de los Catriel, donde aprendió el idioma y también a domar, a fabricar sus armas, a cazar, a rastrear, a guiarse y sobrevivir en las inmensidades pampeanas y le permitió comprender cuáles eran los sentimientos y las necesidades del pueblo aborigen.
Su hábil manejo de situaciones críticas, evitó mayores derramamientos de sangre y por esto, con toda justicia, se lo conoció como “El diplomático de las pampas”. No participó en la Campaña de Roca. En cumplimiento de su tarea mediadora, se lo vio acompañando a cuanta delegación de indígenas se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales. Cuando venía junto a estas embajadas, solía alojarse con ellos en el Hotel Hispano Argentino o cualquier otro de esa ciudad, y en otras ocasiones en los Cuarteles del Retiro-nos dice Alcántara- y finalizadas las tratativas, regresaba junto a ellos, cabalgando rumbo a la frontera.
Su conducta tanto con sus superiores como con los jefes indígenas fue siempre la misma: lograr acuerdos ecuánimes y que se llegaran a cumplir. Esta honestidad en su comportamiento, le permitió ser respetado y siempre bien recibido en las tolderías.
Su actuación se extendió más allá de nuestra región y así fue reconocido en 1873, en un multitudinario acto, donde le fue entregada en Rosario, una medalla de oro en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas residentes en esa ciudad. Dicha misión fue cumplida con absoluto éxito. En dicho acto también se le hizo entrega de un pergamino de gratitud el cual manifiesta entre otras palabras:”… en su obsequio este testimonio de simpatía y agradecimiento por la atenta abnegación y generosidad con que penetró hasta las tolderías de los indios de la Pampa para realizar el rescate de los cautivos cristianos, llevando con plausible resultado la difícil y peligrosa misión que le encomendó la Comisión de rescate del Rosario. Esta sociedad no podrá olvidar tan preciosos servicios y ha resuelto acreditarle estos sentimientos con este débil pero honroso testimonio”. Por su parte, el 14 de marzo de 1873, el diario “El Nacional”, de Buenos Aires, reflejó en forma destacada lo acontecido:
Luego de finalizar sus luchas, los indios continuaron buscando a don Rufino para que les ayudara a obtener tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su gran influencia y prestigio, conduciéndolos hasta el Presidente de la Nación, Gral. Julio A. Roca, a efectuar sus justos petitorios; haciéndolo así con los Caciques Valentín Sayhueque, Manuel Namuncurá, Lorenzo Paine-Milla, la Reina de los Indios Catrieleros Bibiana García, entre muchos otros más.
Solano también participó en numerosos combates en defensa de pueblos fronterizos, entre los que se contaba nuestro Tandil junto a su amigo y ex jefe Machado, San Carlos de Bolívar, Azul, Olavarria, Tapalqué, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc., interviniendo en Blanca Grande a las órdenes de los coroneles Benito Machado y Álvaro Barros, sentando así las bases de la actual ciudad de Olavaria. A partir de 1868, permaneció en Azul junto al Cnel. Francisco Elías. A las órdenes del General Ignacio Rivas, ya con el grado de capitán, participó en la batalla de San Carlos, contra las huestes de Calfucurá, el 8 de marzo de 1872, abriendo los cimientes de la que es hoy la ciudad de San Carlos de Bolívar; en esta última contienda, que duró todo el día, los indios, reconociéndolo, le gritaban “pásese Capitán” En ella actuó como jefe del cuerpo de baqueanos y su intervención no le impidió que al poco tiempo de esta decisiva batalla, se presentara nuevamente en la toldería del cacique Juan Calfucurá, su contrincante vencido. Este episodio es único e inolvidable-afirma Alcántara-“ porque Calfucurá, sintiéndose morir, en la noche del 3 de julio de 1873, y viendo al Capitán Solano velando junto a su lecho, conmovido por este gesto, le indicó que debía retirarse de inmediato porque luego de su muerte lo iban a ejecutar junto con todas las cautivas”. Así lo hizo el capitán, e inmediatamente, luego del fallecimiento del cacique, salieron en su persecución y cabalgando durante toda la noche, finalmente don Rufino y las cautivas lograron salvarse llegando al día siguiente a un lugar seguro. De esta manera Rufino Solano habría sido el último blanco que vio con vida a este legendario cacique, el cual, en sus últimos instantes de vida, tuvo ese gesto de grandeza y humanidad. Por esta verdadera hazaña, el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en Buenos Aires por el Arzobispo Aneiros y por el Presidente de la Nación y todo su gabinete. Mons. Aneiros mandó a colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este singular suceso.
A propósito del Arzobispo citado, denominado “El Padre de los indios”, en numerosas oportunidades, recurrió al Capitán Solano que le ofició de enlace e intérprete con diversas visitas de líderes indígenas, con quienes este recordado sacerdote mantuvo reuniones en el citado Hotel Hispano Argentino de Buenos Aires y en otras oportunidades, en la propia sede del Arzobispado.
La Iglesia anteriormente había intentado un acercamiento al aborigen. Ya en enero de 1859, el Padre Guimón, asistido por los Padres Harbustán y Larrouy, bayoneses, se había internado en Azul para entrevistarse con el cacique Cipriano Catriel, manteniendo tres encuentros con este jefe, no pudiendo convencerlo que permitiera enseñar el catecismo en la tribu.
Catorce años más tarde, el 25 de enero de 1874, llegó al Azul el Padre Jorge María Salvaire (lazarista) con idénticas intenciones de sus antecesores, pero esta vez contó este sacerdote con la invalorable presencia intercesora de don Rufino Solano, la prudencia y la cautela de este notable sacerdote le aconsejaron su intervención y así lo manifestó:“…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección”.
Queda certificada su activa participación y su benéfica influencia por la existencia de cordiales cartas dirigidas al mismo durante las tratativas: por los caciques Alvarito Reumay y Bernardo Namuncurá, el “escribano de las Pampas”, ambas de 1874. Este último, fue el que salvó al Padre Salvaire cuando estaba a punto de ser ultimado por su hermano, el cacique Manuel Namuncurá.
El capitán Solano colaboró y le allanó el camino en la misión, casi quince años postergada, al Padre Salvaire, llamado “El misionero del desierto y de la Virgen del Luján”, logrando así la Iglesia tener un contacto mucho más frecuente y fluido con los caciques como lo testimonian notas intercambiadas por Manuel Namuncurá y el Arzobispo Aneiros, destacando este cacique la presencia del Capitán Solano guiando la delegación que iba a entrevistar al ilustre prelado.
Fue el Padre Salvaire quien, más tarde, colocó la piedra fundamental de la Basílica de Nuestra Señora del Luján, el 15 de mayo de 1887, luego fue su Cura Párroco y murió en la misma ciudad de Luján el 4 de febrero de 1899. Sus restos fueron depositados en la cripta situada en el crucero derecho de la Basílica; por su parte, los restos del Arzobispo Aneiros descansan en un mausoleo situado en el ala derecha de la Catedral de Buenos Aires, en la capilla consagrada a San Martín de Tours.
Como contrapartida, resulta una verdadera injusticia que la tumba semiderruida de este destacado militar azuleño esté ubicada en el rincón más apartado, abandonado y olvidado del cementerio de Azul, en un lugar que sin ayuda, difícilmente se la podría localizar.
Por su labor desplegada junto a estas figuras de la Iglesia, no son pocos los historiadores religiosos que se han referido a él en señal de reconocimiento por la valiosa colaboración; prueba de ello es la preocupación del destacado historiador Mons. Dr. Juan G. Durán, (miembro de la Academia Nacional de la Historia y Director del Departamento de Historia de la Iglesia, de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina- quien disertó en Tandil con motivo del centenario de Santa Ana en 2009-), cuando en 2001, fue hasta Azul para fotografiar la tumba del Capitán Solano, publicándola a página completa en su libro “En los Toldos de Catriel y Railef” . También autores y universidades extranjeras han valorado su trayectoria, tal el caso-entre otros- de Susan Rotker de la Rutgers University (EE.UU.).
El capitán Solano, sirvió a la Patria durante toda su larga, pobre y sacrificada vida de frontera, donde rara vez le llegó un sueldo desde Buenos Aires.
En su pueblo natal, Azul, fue homenajeado por el Honorable Concejo Deliberante el 14 de diciembre de 2009, al dictar la Ordenanza que impuso su nombre a un pasaje del ejido urbano como “Capitán Don Rufino Solano “El pacificador de las Pampas”.
Referencias biográficas de nuestro protagonista pueden encontrarse en las obras de, Antonio G. del Valle, D. Abad de Santillán, A. Sarramone, Ricardo Piccirilli, Enrique Udaondo, Vicente Cutolo y Mons. J. G. Durán, pero corresponde a Omar Horacio Alcántara la investigación más interesante sobre este personaje excepcional, trabajo que publicó entre 2007 y 2008 en El Tiempo, Todo es Historia y El Federal y que ha sido la bibliografía fundamental para esta nota.
Tiempos quiso así sumarse a rememorar la vida de este hombre, que combinó la espada con la palabra conciliadora en tan difíciles etapas de nuestra Historia.
Autor: Daniel Eduardo Pérez. Texto extraído del blog http://historicus-daniel.blogspot.com/
El autor de este artículo es oriundo de la ciudad de Tandil, vecina localidad de Azul, es Historiador e investigador de historia argentina, preferentemente historia regional. Ha publicado 15 títulos y premiado en varias oportunidades. Como periodista ha escrito desde hace 15 años en TIEMPOS TANDILENSES entre otros medios. Se desempeñó como Director de Cultura de la Municipalidad de la Ciudad de Tandil, es Presidente de la Junta de Estudios Históricos de Tandil. Se desempeña como Secretario Administrativo de la Facultad de Ciencias Humanas, dependiente de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (UNICEN) con sede en la ciudad de Tandil.-
jueves, 29 de julio de 2010
UN PEDAZO DE HISTORIA DE AZUL
Suplemento Extraordinario. DIARIO EL TIEMPO DE AZUL, JUEVES 9 DE JULIO DE 1964.
Un pedazo de historia de Azul:
El Capitán Expedicionario en la guerra del Desierto Rufino Solano,
Lenguaraz del ejército nacional
Esta es la breve historia del valiente que quedó relegado en el olvido porque así los hombres lo quisieron: sus propios coterráneos, aquellos que se beneficiaron con sus hazañas, con sus sacrificios realizados para servir y proteger a la creciente población que iba extendiéndose por estos pagos a mediados del siglo pasado. La historia de un Héroe que necesitaría todo un libro para desarrollarla en sus mil y un episodios en que se vio aquel hombre envuelto; las traidoras encrucijadas que se vio obligado a sortear con peligro de su vida; las trampas mortales que lo acechaban en el cumplimiento de su esforzada misión que le iba siendo confiada por los comandos del ejército que había emprendido hace ciento cuarenta años la Guerra Desierto teniendo como principal enemigo al indio salvaje, implacable y cruel, cuyo Jefe fuera más tarde el temible Cacique fundado por de la Dinastía de los Piedras Callfucurá.
La caballería y las caravanas ponen un mojón en la pampa indómita
Finalizaba el año1832 y en aquel caluroso mes de Diciembre avanzaban desde el norte en dirección al centro de la provincia de Buenos Aires, pampa inmensa, mar de hierbas, alborotada de día por el trajinar de miles y miles de vacunos y caballos, por el galopar de las indiadas y los cantos de las aves y silenciosa de noche con su cielo tachonado de estrellas que parecían colgar como brillantes farolas, avanzaban, decía, escuadrones de Regimiento 5º de Caballería (los famosos Colorados del Monte) al mando del comandante Don Pedro Burgos, que había partido de su Estancia “Los Milagros” en el partido de Pila para fundar un pueblo que sería luego nuestra ciudad de Azul y San Serapio Mártir. Casi a la par de esta tropa venía también desde el Salado un convoy en caravana compuesto por dos galeras, carretas, y carros e los que viajaban numerosas familias con materiales de construcción al mando del comandante Solano (*padre de Rufino Solano) a quien acompañaba un médico y un cura – capellán del ejército- encontrándose militares y civiles a mediados de Diciembre a orillas del Callvú Leovú iniciando de inmediato la construcción de un fortín y el rancherío para el alojamiento de las familias y las tropas, denominándosele Fuerte Federación y más tarde Fuerte Azul de San Serapio Mártir. Dramáticos fueron aquellos primeros años para los pobladores de ésta dilatada zona poblada por las tribus de las indiadas de los caciques Venancio, Laudan, Catriel y Cachul, cuyas depredaciones provocaban dramáticos episodios llevando el terror a los cristianos. Felizmente Catriel y Cachul mediante sendos acuerdos con el gobierno iniciaron cordiales relaciones con Juan Manuel de Rosas, compadre del comandante Pedro Burgos y mediante la donación de extensas praderas por el Jefe de Frontera General Manuel Escalante, quedaron alojadas con sus tribus a la orilla izquierda del Arroyo Azul en dirección al norte hasta algunas leguas de Tapalquén. Días tristes y largas noches de expectativas y de terror se fueron viviendo en aquél Azul nacido entra alarmas y zozobras. Hombres y Mujeres dormían con un ojo abierto ante el temor de un ataque por sorpresa de los indios, que año a año se fueron sucediendo hasta culminar el año 1835 cuando el temible Callfucurá con 3.000 lanzas asaltó en sangriento malón al pueblo dejando en sus calles los cadáveres de más de trescientos vecinos, llevándose decenas de mujeres y niños cautivos para Salinas Grandes, la capital del imperio del soberano indio, dejando tras de si incendios, llantos y profundo dolor. En ese ambiente salvaje nació y creció el más tarde Capitán Rufino Solano, que vio la luz en Azul allá por el año 1837, hijo del Comandante Solano fundador del pueblo con el comandante Don Pedro Burgos unidos en su esfuerzo cívico – militar. Familiarizado con el peligro el Capitán Solano se mezcló desde pequeño con los indios del lugar y de ellos aprendió a hablar el idioma Pampa y el Araucano tan bien como el castellano lo que le sirvió más tarde para cobrar fama de lenguaraz el hombre que servía de enlace entre los poderosos caciques y los delegados del Gobierno Nacional, prestando desde entonces grandes servicios a la Patria. Fue su misión la de Diplomático en la extensa Pampa que cruzó de Este a Oeste, de Norte a Sud, sereno, imperturbable, jinete en su caballo criollo teniendo de día el dilatado mar de los pastos: “Inmenso piélago verde – donde la vista se pierde – sin tener donde pasar” – y de noche por techo del cielo tenebroso o brillante con estrellas que le marcan el rumbo, durmiendo en la intemperie a veces entre temporales, calado hasta los huesos por las lluvias cuyas aguas le impedían la marcha al desbordarse los arroyos y cañadones. Era sufrir los rigores del sol en el verano y del intenso frío en el invierno con el estoicismo de un espartano; era vivir días, semanas y meses sacrificados en su misión que debía cumplir porque era su deber, porque así lo exigían las órdenes, porque así podía conquistar más tierras al salvaje para la Patria. No importaba al Capitán Solano galopar días y días bajo el implacable sol de Enero, cruzar desiertos o perderse en los altos pajonales de esa pampa que se extendía solitaria pero traidora hacia al sud teniendo como mojones algún otro Fortín con su pobrísima guarnición de cinco o seis hombres que ante la alarma provocada por los cascos de algún pingo asomaban rotosos y macilentos por la puerta de un rancho rodeado por la empalizada los que estaban allí olvidados por el gobierno, protegidos solo en su fe en Dios y en la Patria y algunos fusiles viejos de la guerra de la Independencia para defenderse de la indiada. Bien podían decir aquellos que se vivía para morir con mucha pena y poca gloria…
Treinta o cuarenta leguas separaban entre si a tales vanguardias de la civilización y quienes se arriesgaban a cumplir su misión en tan precario medio tenían la muerte acompañándolo a su frente, a sus costados, a sus espaldas. Se guiaba el baquiano, el lenguaraz por su instinto y ponía como escudo al peligro su valor y su confianza, como diría después Hernández en su inmortal “Martín Fierro”:
“Para vencer un peligro
Salvar de cualquier abismo,
Por experiencia lo afirmo,
Más que el sable y que la lanza
Suele servir la confianza
Que el hombre tiene en si mismo”.
De esta manera el Capitán Solano, obstáculos tras obstáculos, confiándose al indio amigo y durmiendo en sus toldos cuando el frío arreciaba y las heladas quemaban la piel en las largas noches invernales. Paisajes salvajes, inhóspitos e ingratos para el cuerpo y para el alma. Por ello cuando se echa una mirada hacia atrás y se llega a ese pasado tan escabroso que lo escabroso tiene la sublimidad de lo heroico que vivió durante años esta hermosa tierra que es el Azul y se prolonga en su llanura a la vera del Callvú Leovú hasta llegar a las serranías que se extienden como una larga cadena hacia el sud: cuando de una pincelada se borra lo que la civilización nos ha traído y gozamos en la actualidad y nos queda solitario el Fortín de Azul y San Serapio como punto en el centro de la Provincia levantado hace 132 años a la vera del arroyo, rodeado de pajonales y rodeado sus días y sus noches con los gritos extraños de la pampa extendiéndose a veces como los sonidos de un informe orquesta matizados con el resoplar de vientos huracanados, temporales provocados por le sudestada o el rugir del pampero, quedamos frente a un cuadro patético y miserable pleno de angustia para los pobladores recién llegados a estas tierras, que únicamente mitigaban su preocupación por el futuro confiados en la Cruz redentora que abría sus brazos en el rancho largo de la humilde iglesia custodiada por el cura gaucho y los valientes hombres que arma en brazo vigilaban el horizonte para no ser sorprendidos por el bárbaro malón. Fue en ese ambiente de temor al devenir, de incertidumbre y de pobreza franciscana que fue creciendo Rufino Solano, el que más tarde sería Capitán del Ejército Nacional y en su misión de Lenguaraz hombre de confianza de los comandantes de las fuerzas expedicionarias en la Guerra del Desierto y a quien dijera ese gran patriota que fue Don Adolfo Alsina:
“Usted Rufino Solano
es en su oficio tan útil al
país como el mejor guerrero”
Aquellos primeros años de Solano fueron de trajín. Su padre cumplió su misión a conciencia disponiendo que todo el material que venía en las carretas fuera entregado al levantarse el Fortín de Azul a sus pobladores que herramienta en mano fueron los primeros artesanos en esta inhóspitas llanuras, levantando dentro y fuera del fortín las primeras viviendas en cuyo centro el mangrullo servía como torre para la vigilancia continua.
Ardua fue la tarea que le tocó desde pequeño a este flamante azuleño desarrollada entre el relincho de las yeguadas alzadas, el rugir de las haciendas y el ruido de los sables en los escuadrones de caballería que defendían el fortín. En ese ambiente de guerra y de continuos vaivenes mientras se cortaban los pajonales y se amasaba el barro para levantar los ranchos, Rufino Solano fue creciendo y sirviendo a los intereses de la pequeña comunidad a la par que junto a los indios que llegaban al fuerte para comerciar aprendía su lenguaje y sus costumbres. Como si presintiera el papel que le tocaría desempeñar años mas tarde, procuraba Solano llegar hasta la intimidad de la familia india, observar sus virtudes y sus vicios, sus alegrías y tristezas. Estudiaba la capacidad que tenían sus caciques y capitanejos y el valor que tenían sus palabras y sus promesas. La falacia de algunos, el lenguaje meloso pero traicionero de otros, el salvajismo de los más durante sus días y noches de borracheras y así en esa vida dura del campamento llena de privaciones, fue conociendo a carta cabal al indígena hasta familiarizarse con este en todos sus aspectos lo que le permitió entrar en sus tribus levantadas en el desierto desde que iniciado en la vida militar, niño aún, cumplió heroica y prolongada campaña por más de medio siglo.
Amigo de Callfucurá
Corría el año 1855 cuando Rufino Solano cumplió 18 años y era enviado al Sud al Fortín Estomba a prestar servicios a las órdenes del Teniente de Caballería Manuel Perafán, que con un destacamento vigilaba la región de Bahía Blanca adentrada en los dominios de Callfucurá, hallándose Salinas Grandes a unas cuarenta leguas de distancia. Fue allí donde en una misión que le fuera confiada con otros compañeros conoció al poderoso monarca de ese vasto imperio. Pudo comprobar entonces y en otras visitas que hiciera a Calfucurá que este era un hombre que gozaba de gran prestigio entre sus fieles y especialmente entre los Caciques de las numerosas tribus que albergaba en sus dominios que se extendían desde el sur de Río Negro hasta las orillas del Río Salado abarcando miles de kilómetros poblados de indiadas que formaban el poderoso ejército con el que guerreaba a las tropas nacionales sin pedir ni dar cuartel Callfucurá que descendía de los araucanos era sagaz, diligente y de gran parlamento, lo que le permitió diplomáticamente conseguir prebendas y subvenciones de las autoridades sin comprometerse mucho.
Condenado a muerte Solano salvó su vida.
Habiendo muerto el Teniente Perafán a manos de la indiada en rudo combate, Rufino Solano actuó posteriormente en el Regimiento 2 de Línea a las órdenes del Alférez Ivano en el Fortín Tapalquén y luego sirvió en Olavarría con el Comandante Lora, hasta que en el año 1865 el célebre Coronel Don Benito Machado comandante del Ejército en esta región lo incorporó como Lenguaraz al Estado Mayor. Cuando Rufino Solano tomó a cargo esa misión ya era un hombre experimentado y había logrado en anteriores ocasiones con paciencia y largas horas de parlamento el pedido que sus jefes le habían confiado. Generalmente mediante tratados de paz, pagando tributos a los caciques alzados y la entrega de tabaco, alcohol, ropas, alimentos y dinero lograba calmar a los más belicosos mientras enfrentaba a los indios ladinos que actuaban al lado de los caciques. Fue en el año 1860 cuando Solano en una misión oficial viajó con dos compañeros que le servían de guarda espalda hasta Salinas Grandes para entrevistarse con Callfucurá enviado para pactar con aquel. En este viaje como en otros anteriores Solano se jugaba la vida, pues otra cosa no podía ser penetrar en el Desierto dominado completamente por el indígena y sin defensa por el desconocimiento del terreno que atravesaba y de los lugares donde existían buenas aguadas y refugios. Pero Rufino Solano con coraje a toda prueba y confiado a su suerte avanzó hacia Salinas Grandes donde llegó a entrevistarse con Callvucurá. Se trataba de llegar a un acuerdo para evitar una nueva guerra, pero como el Cacique desconfiara le pidió que enviara una delegación de indios hasta el Fortín Estomba a cuyo frente iría Solano.
No quiso Callfucurá tal propuesta y en cambio accedió a mandar a uno de sus hijos (los tenía por docena en su tribu) la encabezara, pero quiso la mala suerte que en el camino se produjera un encuentro con milicianos armados y se trabaron en combate siendo muerto el hijo de Callfucurá. De inmediato y al tener conocimiento en Salinas Grandes de lo sucedido se alborotó la indiada y Solano con sus dos compañeros fueron tomados prisioneros y celosamente custodiados mientras se reunía el Consejo de Guerra que sin mucho parlamento condenó a muerte a los tres cristianos acusándolos de traición. La sentencia les fue comunicada en el toldo mayor en presencia de Callfucurá y fue entonces cuando ya parecía que nada se podía hacer para salvar la vida que Solano, dirigiéndose al Cacique inició un largo discurso poniendo en evidencia la sincera amistad que lo había llevado hasta ese lugar, la ayuda que había logrado para los indígenas en otras ocasiones y lo equivocado del fallo. Después de un dramático silencio con que fueron acogidas sus palabras entre los jueces indios que no revocaban la sentencia Rufino solano encaró decidido a Callfucurá diciéndole:
- Que el poderoso Jefe diga si no es cierto que yo y no su hijo era quien debía ir al frente de la delegación india y si no fue él quien dispuso enviarlo como parlamentario.
Callfucurá, tomado de sorpresa por las palabras del condenado lo miró largo rato, se levantó de la silla que ocupaba y durante algunos minutos se paseó a lo largo y a lo ancho del toldo cabizbajo y meditabundo ante la mirada expectante de los jueces y sentenciados. Luego habló y con voz fuerte, alterada por la emoción dijo dirigiéndose al tribunal:
- Este hombre tiene razón. Yo ordené que fuera mi hijo en esa misión en que encontró la muerte. Por lo tanto este hombre no ser culpable que se vaya en libertad con sus compañeros.
Y al pasar Callfucurá junto a Solano le dijo en español chapurreado: ¡Váyase y huya pronto! ¡Lo más rápido posible antes que mis indios lo maten! Afuera yo no podré contenerlos…
Y así fue como en menos que canta un gallo Solano y sus dos compañeros ensillaron sus caballos y salieron de Salinas Grandes disparando a campo traviesa, mientras que allá lejos iban quedando la feroz indiada que se aprestaba a perseguirlos. Solano les había ganado de mano en la partida, la ventaja era grande y fue imposible darles alcance; pero a la muerte la había visto cerquita, porque los indios mataban a los cristianos prisioneros en medio de escenas espantosas cuando moría la mujer o un hijo del Cacique!
Nuevas incursiones
La fama de Rufino Solano como lenguaraz valiente y decidido se extiende por toda nuestra región y se le confían numerosas misiones ante diversos caciques y el mismo Callfucurá que olvidando el suceso anteriormente relatado le entrega su amistad y lo protege, brindándole comodidades en Salinas Grandes. Hasta allí llega nuevamente Solano en el año 1865 después de lograr abrirse paso a través de indios “bomberos” que como avanzada del ejército indio vigilan todos los pasos. Viaja desde Olavarría hasta Salinas Grandes durante más de setenta leguas solo y llevando un caballo de repuesto, trayendo de regreso varias mujeres cristianas que se hallaban cautivas y fueron devueltas a su familia una vez traspuestas las fronteras. Al año siguiente se retira el Coronel Benito Machado y es reemplazado en el mando de las fuerzas de frontera por el Coronel Don Álvaro Barrosa cuyas órdenes continuó sirviendo Solano siendo ascendido en 1868 a Teniente 2º, realizando nuevos viajes a Salinas Grandes donde permanece largas temporadas. En esas circunstancias el el valiente azuleño discute con Callfucurá y sus consejeros la mejor manera de llegar a un acuerdo con el gobierno nacional y evitar la lucha sangrienta y en esos vaivenes logra rescatar a unos treinta cautivos con los que regresa al Azul. A partir de entonces poco es lo que se puede hacer para detener la indiada porque Callfucurá se ha lanzado a la guerra sin cuartel e invade la zona de Bahía Blanca. Quequén y Tres Arroyos matoneando a lo largo de esa ruta para regresar a salinas Grandes con un inmenso arreo y cientos de cautivos. El cacique prepara nuevos malones y el ejército nacional se prepara para contenerlo y vencerlo.
Se derrumba el imperio
Y tal como se lo fuera pronosticando en sus largas conversaciones mantenidas allá en Salinas Grandes, Callfucurá el Invencible, el diplomático de las pampas, el avezado político de capacidad extraordinaria para el mundo, vio un día a su ejército derrotado en San Carlos de Bolívar por las fuerzas de la civilización a la que se resistió aliarse confiado en su poder. De este indio venido del Oeste a nuestras regiones que tuvo bajo su mando a la Confederación Indiana, que dominaba desde el sud de Azul hasta más allá del Río Negro y los contrafuertes de los Andes, conservó Rufino Solano un recuerdo difícil de borrar, pues no solo le salvó la vida en varias ocasiones sino que lo trató de hermano prodigándole muestras de innegable simpatía. Corría el año 1873 cuando Callfucurá moría a una avanzada edad apesadumbrado por la derrota que las armas argentinas le infligieron y de la que nunca se logró reponer. Por su parte nuevos ascensos en su carrera le correspondieron a nuestro héroe que ya siendo el Capitán Rufino Solano actuó junto a los Generales Arias, Rivas y Leyría hasta terminar con todos los honores la guerra del desierto a fines del siglo pasado.
Entonces pidió su retiro que lo logró con cincuenta años de servicios y se radicó definitivamente en esta ciudad donde vivió en compañía de su familia, hasta fallecer un día del mes de julio de 1913. Hace cincuenta y un años. Algún día cuando se escriba la historia de Azul irán apareciendo héroes hasta ahora anónimos que como el Capitán Rufino Solano entregaron lo mejor de su vida en aras de la Patria contribuyendo a su grandeza sin pedirle nada más que el honor de servirla con honra y sacrificio y morir por ella llevando al frente la gloriosa bandera azul y blanca.
Autor: Pedro Borghi López, Azul, año 1964.-
FUENTE: "Hemeroteca de Azul JUAN MIGUEL OYHANARTE"
*“Era encargado o jefe del convoy de carretas el Teniente Solano, padre del capitán Rufino Solano (sic)”, misma obra (A. del Valle, Capítulo “Fundación de Azul”), mismo Tomo, Pág. 217.- // Por su notable trayectoria, el cofundador de Azul, DIONISIO SOLANO, fue ascendido a Tte. Coronel por el Tte. General Benjamín Victorica, en el año 1881; dato asentado en Memorias del Ministerio de Guerra y Marina, Honorable Congreso de la Nación, República Argentina, Buenos Aires, Edición 1881.-
Un pedazo de historia de Azul:
El Capitán Expedicionario en la guerra del Desierto Rufino Solano,
Lenguaraz del ejército nacional
Esta es la breve historia del valiente que quedó relegado en el olvido porque así los hombres lo quisieron: sus propios coterráneos, aquellos que se beneficiaron con sus hazañas, con sus sacrificios realizados para servir y proteger a la creciente población que iba extendiéndose por estos pagos a mediados del siglo pasado. La historia de un Héroe que necesitaría todo un libro para desarrollarla en sus mil y un episodios en que se vio aquel hombre envuelto; las traidoras encrucijadas que se vio obligado a sortear con peligro de su vida; las trampas mortales que lo acechaban en el cumplimiento de su esforzada misión que le iba siendo confiada por los comandos del ejército que había emprendido hace ciento cuarenta años la Guerra Desierto teniendo como principal enemigo al indio salvaje, implacable y cruel, cuyo Jefe fuera más tarde el temible Cacique fundado por de la Dinastía de los Piedras Callfucurá.
La caballería y las caravanas ponen un mojón en la pampa indómita
Finalizaba el año1832 y en aquel caluroso mes de Diciembre avanzaban desde el norte en dirección al centro de la provincia de Buenos Aires, pampa inmensa, mar de hierbas, alborotada de día por el trajinar de miles y miles de vacunos y caballos, por el galopar de las indiadas y los cantos de las aves y silenciosa de noche con su cielo tachonado de estrellas que parecían colgar como brillantes farolas, avanzaban, decía, escuadrones de Regimiento 5º de Caballería (los famosos Colorados del Monte) al mando del comandante Don Pedro Burgos, que había partido de su Estancia “Los Milagros” en el partido de Pila para fundar un pueblo que sería luego nuestra ciudad de Azul y San Serapio Mártir. Casi a la par de esta tropa venía también desde el Salado un convoy en caravana compuesto por dos galeras, carretas, y carros e los que viajaban numerosas familias con materiales de construcción al mando del comandante Solano (*padre de Rufino Solano) a quien acompañaba un médico y un cura – capellán del ejército- encontrándose militares y civiles a mediados de Diciembre a orillas del Callvú Leovú iniciando de inmediato la construcción de un fortín y el rancherío para el alojamiento de las familias y las tropas, denominándosele Fuerte Federación y más tarde Fuerte Azul de San Serapio Mártir. Dramáticos fueron aquellos primeros años para los pobladores de ésta dilatada zona poblada por las tribus de las indiadas de los caciques Venancio, Laudan, Catriel y Cachul, cuyas depredaciones provocaban dramáticos episodios llevando el terror a los cristianos. Felizmente Catriel y Cachul mediante sendos acuerdos con el gobierno iniciaron cordiales relaciones con Juan Manuel de Rosas, compadre del comandante Pedro Burgos y mediante la donación de extensas praderas por el Jefe de Frontera General Manuel Escalante, quedaron alojadas con sus tribus a la orilla izquierda del Arroyo Azul en dirección al norte hasta algunas leguas de Tapalquén. Días tristes y largas noches de expectativas y de terror se fueron viviendo en aquél Azul nacido entra alarmas y zozobras. Hombres y Mujeres dormían con un ojo abierto ante el temor de un ataque por sorpresa de los indios, que año a año se fueron sucediendo hasta culminar el año 1835 cuando el temible Callfucurá con 3.000 lanzas asaltó en sangriento malón al pueblo dejando en sus calles los cadáveres de más de trescientos vecinos, llevándose decenas de mujeres y niños cautivos para Salinas Grandes, la capital del imperio del soberano indio, dejando tras de si incendios, llantos y profundo dolor. En ese ambiente salvaje nació y creció el más tarde Capitán Rufino Solano, que vio la luz en Azul allá por el año 1837, hijo del Comandante Solano fundador del pueblo con el comandante Don Pedro Burgos unidos en su esfuerzo cívico – militar. Familiarizado con el peligro el Capitán Solano se mezcló desde pequeño con los indios del lugar y de ellos aprendió a hablar el idioma Pampa y el Araucano tan bien como el castellano lo que le sirvió más tarde para cobrar fama de lenguaraz el hombre que servía de enlace entre los poderosos caciques y los delegados del Gobierno Nacional, prestando desde entonces grandes servicios a la Patria. Fue su misión la de Diplomático en la extensa Pampa que cruzó de Este a Oeste, de Norte a Sud, sereno, imperturbable, jinete en su caballo criollo teniendo de día el dilatado mar de los pastos: “Inmenso piélago verde – donde la vista se pierde – sin tener donde pasar” – y de noche por techo del cielo tenebroso o brillante con estrellas que le marcan el rumbo, durmiendo en la intemperie a veces entre temporales, calado hasta los huesos por las lluvias cuyas aguas le impedían la marcha al desbordarse los arroyos y cañadones. Era sufrir los rigores del sol en el verano y del intenso frío en el invierno con el estoicismo de un espartano; era vivir días, semanas y meses sacrificados en su misión que debía cumplir porque era su deber, porque así lo exigían las órdenes, porque así podía conquistar más tierras al salvaje para la Patria. No importaba al Capitán Solano galopar días y días bajo el implacable sol de Enero, cruzar desiertos o perderse en los altos pajonales de esa pampa que se extendía solitaria pero traidora hacia al sud teniendo como mojones algún otro Fortín con su pobrísima guarnición de cinco o seis hombres que ante la alarma provocada por los cascos de algún pingo asomaban rotosos y macilentos por la puerta de un rancho rodeado por la empalizada los que estaban allí olvidados por el gobierno, protegidos solo en su fe en Dios y en la Patria y algunos fusiles viejos de la guerra de la Independencia para defenderse de la indiada. Bien podían decir aquellos que se vivía para morir con mucha pena y poca gloria…
Treinta o cuarenta leguas separaban entre si a tales vanguardias de la civilización y quienes se arriesgaban a cumplir su misión en tan precario medio tenían la muerte acompañándolo a su frente, a sus costados, a sus espaldas. Se guiaba el baquiano, el lenguaraz por su instinto y ponía como escudo al peligro su valor y su confianza, como diría después Hernández en su inmortal “Martín Fierro”:
“Para vencer un peligro
Salvar de cualquier abismo,
Por experiencia lo afirmo,
Más que el sable y que la lanza
Suele servir la confianza
Que el hombre tiene en si mismo”.
De esta manera el Capitán Solano, obstáculos tras obstáculos, confiándose al indio amigo y durmiendo en sus toldos cuando el frío arreciaba y las heladas quemaban la piel en las largas noches invernales. Paisajes salvajes, inhóspitos e ingratos para el cuerpo y para el alma. Por ello cuando se echa una mirada hacia atrás y se llega a ese pasado tan escabroso que lo escabroso tiene la sublimidad de lo heroico que vivió durante años esta hermosa tierra que es el Azul y se prolonga en su llanura a la vera del Callvú Leovú hasta llegar a las serranías que se extienden como una larga cadena hacia el sud: cuando de una pincelada se borra lo que la civilización nos ha traído y gozamos en la actualidad y nos queda solitario el Fortín de Azul y San Serapio como punto en el centro de la Provincia levantado hace 132 años a la vera del arroyo, rodeado de pajonales y rodeado sus días y sus noches con los gritos extraños de la pampa extendiéndose a veces como los sonidos de un informe orquesta matizados con el resoplar de vientos huracanados, temporales provocados por le sudestada o el rugir del pampero, quedamos frente a un cuadro patético y miserable pleno de angustia para los pobladores recién llegados a estas tierras, que únicamente mitigaban su preocupación por el futuro confiados en la Cruz redentora que abría sus brazos en el rancho largo de la humilde iglesia custodiada por el cura gaucho y los valientes hombres que arma en brazo vigilaban el horizonte para no ser sorprendidos por el bárbaro malón. Fue en ese ambiente de temor al devenir, de incertidumbre y de pobreza franciscana que fue creciendo Rufino Solano, el que más tarde sería Capitán del Ejército Nacional y en su misión de Lenguaraz hombre de confianza de los comandantes de las fuerzas expedicionarias en la Guerra del Desierto y a quien dijera ese gran patriota que fue Don Adolfo Alsina:
“Usted Rufino Solano
es en su oficio tan útil al
país como el mejor guerrero”
Aquellos primeros años de Solano fueron de trajín. Su padre cumplió su misión a conciencia disponiendo que todo el material que venía en las carretas fuera entregado al levantarse el Fortín de Azul a sus pobladores que herramienta en mano fueron los primeros artesanos en esta inhóspitas llanuras, levantando dentro y fuera del fortín las primeras viviendas en cuyo centro el mangrullo servía como torre para la vigilancia continua.
Ardua fue la tarea que le tocó desde pequeño a este flamante azuleño desarrollada entre el relincho de las yeguadas alzadas, el rugir de las haciendas y el ruido de los sables en los escuadrones de caballería que defendían el fortín. En ese ambiente de guerra y de continuos vaivenes mientras se cortaban los pajonales y se amasaba el barro para levantar los ranchos, Rufino Solano fue creciendo y sirviendo a los intereses de la pequeña comunidad a la par que junto a los indios que llegaban al fuerte para comerciar aprendía su lenguaje y sus costumbres. Como si presintiera el papel que le tocaría desempeñar años mas tarde, procuraba Solano llegar hasta la intimidad de la familia india, observar sus virtudes y sus vicios, sus alegrías y tristezas. Estudiaba la capacidad que tenían sus caciques y capitanejos y el valor que tenían sus palabras y sus promesas. La falacia de algunos, el lenguaje meloso pero traicionero de otros, el salvajismo de los más durante sus días y noches de borracheras y así en esa vida dura del campamento llena de privaciones, fue conociendo a carta cabal al indígena hasta familiarizarse con este en todos sus aspectos lo que le permitió entrar en sus tribus levantadas en el desierto desde que iniciado en la vida militar, niño aún, cumplió heroica y prolongada campaña por más de medio siglo.
Amigo de Callfucurá
Corría el año 1855 cuando Rufino Solano cumplió 18 años y era enviado al Sud al Fortín Estomba a prestar servicios a las órdenes del Teniente de Caballería Manuel Perafán, que con un destacamento vigilaba la región de Bahía Blanca adentrada en los dominios de Callfucurá, hallándose Salinas Grandes a unas cuarenta leguas de distancia. Fue allí donde en una misión que le fuera confiada con otros compañeros conoció al poderoso monarca de ese vasto imperio. Pudo comprobar entonces y en otras visitas que hiciera a Calfucurá que este era un hombre que gozaba de gran prestigio entre sus fieles y especialmente entre los Caciques de las numerosas tribus que albergaba en sus dominios que se extendían desde el sur de Río Negro hasta las orillas del Río Salado abarcando miles de kilómetros poblados de indiadas que formaban el poderoso ejército con el que guerreaba a las tropas nacionales sin pedir ni dar cuartel Callfucurá que descendía de los araucanos era sagaz, diligente y de gran parlamento, lo que le permitió diplomáticamente conseguir prebendas y subvenciones de las autoridades sin comprometerse mucho.
Condenado a muerte Solano salvó su vida.
Habiendo muerto el Teniente Perafán a manos de la indiada en rudo combate, Rufino Solano actuó posteriormente en el Regimiento 2 de Línea a las órdenes del Alférez Ivano en el Fortín Tapalquén y luego sirvió en Olavarría con el Comandante Lora, hasta que en el año 1865 el célebre Coronel Don Benito Machado comandante del Ejército en esta región lo incorporó como Lenguaraz al Estado Mayor. Cuando Rufino Solano tomó a cargo esa misión ya era un hombre experimentado y había logrado en anteriores ocasiones con paciencia y largas horas de parlamento el pedido que sus jefes le habían confiado. Generalmente mediante tratados de paz, pagando tributos a los caciques alzados y la entrega de tabaco, alcohol, ropas, alimentos y dinero lograba calmar a los más belicosos mientras enfrentaba a los indios ladinos que actuaban al lado de los caciques. Fue en el año 1860 cuando Solano en una misión oficial viajó con dos compañeros que le servían de guarda espalda hasta Salinas Grandes para entrevistarse con Callfucurá enviado para pactar con aquel. En este viaje como en otros anteriores Solano se jugaba la vida, pues otra cosa no podía ser penetrar en el Desierto dominado completamente por el indígena y sin defensa por el desconocimiento del terreno que atravesaba y de los lugares donde existían buenas aguadas y refugios. Pero Rufino Solano con coraje a toda prueba y confiado a su suerte avanzó hacia Salinas Grandes donde llegó a entrevistarse con Callvucurá. Se trataba de llegar a un acuerdo para evitar una nueva guerra, pero como el Cacique desconfiara le pidió que enviara una delegación de indios hasta el Fortín Estomba a cuyo frente iría Solano.
No quiso Callfucurá tal propuesta y en cambio accedió a mandar a uno de sus hijos (los tenía por docena en su tribu) la encabezara, pero quiso la mala suerte que en el camino se produjera un encuentro con milicianos armados y se trabaron en combate siendo muerto el hijo de Callfucurá. De inmediato y al tener conocimiento en Salinas Grandes de lo sucedido se alborotó la indiada y Solano con sus dos compañeros fueron tomados prisioneros y celosamente custodiados mientras se reunía el Consejo de Guerra que sin mucho parlamento condenó a muerte a los tres cristianos acusándolos de traición. La sentencia les fue comunicada en el toldo mayor en presencia de Callfucurá y fue entonces cuando ya parecía que nada se podía hacer para salvar la vida que Solano, dirigiéndose al Cacique inició un largo discurso poniendo en evidencia la sincera amistad que lo había llevado hasta ese lugar, la ayuda que había logrado para los indígenas en otras ocasiones y lo equivocado del fallo. Después de un dramático silencio con que fueron acogidas sus palabras entre los jueces indios que no revocaban la sentencia Rufino solano encaró decidido a Callfucurá diciéndole:
- Que el poderoso Jefe diga si no es cierto que yo y no su hijo era quien debía ir al frente de la delegación india y si no fue él quien dispuso enviarlo como parlamentario.
Callfucurá, tomado de sorpresa por las palabras del condenado lo miró largo rato, se levantó de la silla que ocupaba y durante algunos minutos se paseó a lo largo y a lo ancho del toldo cabizbajo y meditabundo ante la mirada expectante de los jueces y sentenciados. Luego habló y con voz fuerte, alterada por la emoción dijo dirigiéndose al tribunal:
- Este hombre tiene razón. Yo ordené que fuera mi hijo en esa misión en que encontró la muerte. Por lo tanto este hombre no ser culpable que se vaya en libertad con sus compañeros.
Y al pasar Callfucurá junto a Solano le dijo en español chapurreado: ¡Váyase y huya pronto! ¡Lo más rápido posible antes que mis indios lo maten! Afuera yo no podré contenerlos…
Y así fue como en menos que canta un gallo Solano y sus dos compañeros ensillaron sus caballos y salieron de Salinas Grandes disparando a campo traviesa, mientras que allá lejos iban quedando la feroz indiada que se aprestaba a perseguirlos. Solano les había ganado de mano en la partida, la ventaja era grande y fue imposible darles alcance; pero a la muerte la había visto cerquita, porque los indios mataban a los cristianos prisioneros en medio de escenas espantosas cuando moría la mujer o un hijo del Cacique!
Nuevas incursiones
La fama de Rufino Solano como lenguaraz valiente y decidido se extiende por toda nuestra región y se le confían numerosas misiones ante diversos caciques y el mismo Callfucurá que olvidando el suceso anteriormente relatado le entrega su amistad y lo protege, brindándole comodidades en Salinas Grandes. Hasta allí llega nuevamente Solano en el año 1865 después de lograr abrirse paso a través de indios “bomberos” que como avanzada del ejército indio vigilan todos los pasos. Viaja desde Olavarría hasta Salinas Grandes durante más de setenta leguas solo y llevando un caballo de repuesto, trayendo de regreso varias mujeres cristianas que se hallaban cautivas y fueron devueltas a su familia una vez traspuestas las fronteras. Al año siguiente se retira el Coronel Benito Machado y es reemplazado en el mando de las fuerzas de frontera por el Coronel Don Álvaro Barrosa cuyas órdenes continuó sirviendo Solano siendo ascendido en 1868 a Teniente 2º, realizando nuevos viajes a Salinas Grandes donde permanece largas temporadas. En esas circunstancias el el valiente azuleño discute con Callfucurá y sus consejeros la mejor manera de llegar a un acuerdo con el gobierno nacional y evitar la lucha sangrienta y en esos vaivenes logra rescatar a unos treinta cautivos con los que regresa al Azul. A partir de entonces poco es lo que se puede hacer para detener la indiada porque Callfucurá se ha lanzado a la guerra sin cuartel e invade la zona de Bahía Blanca. Quequén y Tres Arroyos matoneando a lo largo de esa ruta para regresar a salinas Grandes con un inmenso arreo y cientos de cautivos. El cacique prepara nuevos malones y el ejército nacional se prepara para contenerlo y vencerlo.
Se derrumba el imperio
Y tal como se lo fuera pronosticando en sus largas conversaciones mantenidas allá en Salinas Grandes, Callfucurá el Invencible, el diplomático de las pampas, el avezado político de capacidad extraordinaria para el mundo, vio un día a su ejército derrotado en San Carlos de Bolívar por las fuerzas de la civilización a la que se resistió aliarse confiado en su poder. De este indio venido del Oeste a nuestras regiones que tuvo bajo su mando a la Confederación Indiana, que dominaba desde el sud de Azul hasta más allá del Río Negro y los contrafuertes de los Andes, conservó Rufino Solano un recuerdo difícil de borrar, pues no solo le salvó la vida en varias ocasiones sino que lo trató de hermano prodigándole muestras de innegable simpatía. Corría el año 1873 cuando Callfucurá moría a una avanzada edad apesadumbrado por la derrota que las armas argentinas le infligieron y de la que nunca se logró reponer. Por su parte nuevos ascensos en su carrera le correspondieron a nuestro héroe que ya siendo el Capitán Rufino Solano actuó junto a los Generales Arias, Rivas y Leyría hasta terminar con todos los honores la guerra del desierto a fines del siglo pasado.
Entonces pidió su retiro que lo logró con cincuenta años de servicios y se radicó definitivamente en esta ciudad donde vivió en compañía de su familia, hasta fallecer un día del mes de julio de 1913. Hace cincuenta y un años. Algún día cuando se escriba la historia de Azul irán apareciendo héroes hasta ahora anónimos que como el Capitán Rufino Solano entregaron lo mejor de su vida en aras de la Patria contribuyendo a su grandeza sin pedirle nada más que el honor de servirla con honra y sacrificio y morir por ella llevando al frente la gloriosa bandera azul y blanca.
Autor: Pedro Borghi López, Azul, año 1964.-
FUENTE: "Hemeroteca de Azul JUAN MIGUEL OYHANARTE"
*“Era encargado o jefe del convoy de carretas el Teniente Solano, padre del capitán Rufino Solano (sic)”, misma obra (A. del Valle, Capítulo “Fundación de Azul”), mismo Tomo, Pág. 217.- // Por su notable trayectoria, el cofundador de Azul, DIONISIO SOLANO, fue ascendido a Tte. Coronel por el Tte. General Benjamín Victorica, en el año 1881; dato asentado en Memorias del Ministerio de Guerra y Marina, Honorable Congreso de la Nación, República Argentina, Buenos Aires, Edición 1881.-
jueves, 22 de julio de 2010
UN AMIGO QUE SALVÓ MUCHAS VIDAS. LA HISTORIA DEL CAPITÁN RUFINO SOLANO, A 97 AÑOS DE SU MUERTE.
El 20 de julio de 1913, moría en su ciudad natal el azuleño Rufino Solano. Había nacido en esta población el 09 de abril del año 1838, según consta en el acta de bautismo asentada en la Catedral de Azul, siendo bautizado por el Padre Clemente Ramón de la Sota, “capellán del Fuerte del Azul”, era hijo de Dionisio Solano, uno de los cofundadores de Azul en el año 1832 y alcalde rural de “los altos del Arroyo Azul” durante casi veinte años.
La familia de los Solano habitó en el mismo territorio donde se hallaba radicada la tribu de la dinastía Catriel, conviviendo todos ellos en total y absoluta comunión durante décadas (Mapa de la DGYC, Nº 1270-29-3, Cornell, Juan, 1859). Por esta razón, el nacimiento de Rufino Solano aconteció en el mismo lugar y casi en idéntica fecha en la que nació el bravo y legendario cacique Cipriano Catriel, esta cercana relación se mantuvo hasta que se produjo la trágica muerte del cacique, el 19 de noviembre de 1874. Un año antes de este desgraciado hecho, se los vio luchando codo a codo contra un enemigo en común en la memorable Batalla de San Carlos, en la actual ciudad de Bolívar. Cuando Rufino Solano cumplió 18 años ingresó como “soldado raso” en el Fuerte Estomba (cercano a Tapalqué) y, por su parte, Cipriano Catriel ya tenía 30 años de edad cuando finalmente tomó el mando de su pueblo, debemos recordar además que este cacique hablaba perfectamente el castellano y estaba integrado a la sociedad azuleña, donde alternaba su residencia con la casa en el Arroyo de Nievas.
De idéntica forma, Rufino Solano aprendió la lengua originaria, a deslizarse por las interminables y azarosas extensiones y un sinfín de destrezas asimiladas de los amigos de su infancia y de su juventud. De ellos también conoció el valor de la amistad y a ser fiel con la palabra empeñada; se puede afirmar que más que “lenguaraz”, merced a su profunda comprensión del alma del aborigen, Rufino Solano fue un “almaraz”, he allí la gran diferencia.
Estas particulares condiciones y sus notables conocimientos, le permitieron más tarde al capitán Rufino Solano acercarse, permanecer y luego retirarse de los toldos de los más encumbrados y notorios caciques, acordando con ellos tratados de paz y también llevando y trayendo personas cautivas, de ambos bandos. Fueron infinidad de personas las que recuperaron su libertad y salvaron sus vidas gracias a este “hermano capitán” y un amigo de todos. Toda esa gente continuó su vida y sus descendientes viven hoy en nuestra ciudad y en muchas otras más.
Por ello, en nuevo aniversario de su muerte y paradójicamente en el DÍA DEL AMIGO, es justo darle este merecido reconocimiento a este ejemplar ciudadano de nuestro AZUL.-
PUBLICADO EN DIARIO "EL TIEMPO" DE AZUL, DEL 20 DE JULIO DE 2010, CON FOTOGRAFIA DE LA ÉPOCA.-
http://diarioeltiempo.com.ar/diario2009/index.php?option=com_content&view=category&layout=blog&id=97&Itemid=281
domingo, 30 de mayo de 2010
¡¡¡ MUCHAS GRACIAS CAPITÁN RUFINO SOLANO !!!
Las notables acciones del capitán Rufino Solano en bien de su comunidad y de muchas otras localidades de la Provincia de Buenos Aires se hallan plasmadas en una vasta bibliografía que consta en los catálogos de prestigiosas bibliotecas e institutos culturales de la República Argentina. Asimismo, la vida de este ilustre azuleño se halla en diversas obras emanadas por la Academia Nacional de la Historia, redactadas por los más inminentes académicos que durante décadas han pasado por esta institución cultural de máxima excelencia. Todos estos textos están basados y fundados en fidedignos documentos oficiales, que han llegado hasta nuestros días, obrantes en los más prestigiosos archivos oficiales y privados, tales como el Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico del Ejército Argentino, el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires “Ricardo Levene” de la ciudad de La Plata y en los de mayor relevancia de la Provincia de Buenos Aires, incluyendo a nuestra ciudad de Azul. Por estos motivos, a casi un siglo de su muerte, con absoluta certeza y seguridad es posible aseverar que ninguna otra persona nacida en nuestra ciudad ha sido más mencionada dentro de la literatura nacional y también la foránea. Por si alguien tuviera dudas de las razones de ello, sin llegar a ser investigador histórico, solo debe dirigirse a nuestra necrópolis y leer sobre el sepulcro del capitán Rufino Solano el siguiente epitafio: “LA MUNICIPALIDAD DEL AZUL AL CAPITÁN RUFINO SOLANO, Q.E.P.D. FALLECIÓ EL 20 DE JULIO DE 1913”, este homenaje encierra la inmensa gratitud de las autoridades y de la población de Azul hacia este singular ser por sus heroicas acciones en favor de la paz, la vida y la libertad de sus semejantes. De esta manera, la Municipalidad de Azul quiso emplazar su última morada a perpetuidad, para que también perdure su recuerdo y forme parte del genuino patrimonio histórico de esta ciudad. Es verdad que la consideración hacia el capitán Rufino Solano puede variar circunstancialmente, según la clase de valores o de intereses que aliente alguna persona o un determinado grupo de ellas, pero no menos cierto es que los actos humanitarios desarrollados por este benemérito azuleño deben situarse muy por encima de cualquier rédito personal que se persiga, sea este de índole político, ideológico, religioso e incluso cultural. Y ello es así, por la contundente razón que las acciones llevadas a cabo por Rufino Solano en nuestro durísimo pasado, beneficiaron a toda la población azuleña sin hacer distingos sociales ni de ninguna otra especie, porque lo fueron en favor de la totalidad de las personas que poblaron este suelo, personas que fueron, nada más ni nada menos, que NUESTROS ANTEPASADOS. Como es común que suceda, no faltará quienes vanamente pretendan menoscabar sus virtudes y su trayectoria, lo cual resulta mucho más fácil y menos comprometido que contribuir con aportes provechosos y útiles para la comunidad. A esta personas les digo, que Rufino Solano puede ser sometido al más exigente examen de honestidad, valentía y de amor por su pueblo, una prueba que con seguridad muy pocos podrían superar con éxito. Algunos de nuestros conciudadanos deberían comprender que Rufino Solano ya está instalado sólidamente en la historia de nuestra Patria y que cualquier intento de borrarlo de sus páginas más gloriosas, resultará absolutamente infructuoso. Sorprende encontrar en algunos de nuestros vecinos la actitud de menoscabar la importancia a las acciones de Rufino Solano, más aún en aquellos que con tanta frecuencia se los ve declamando acerca de los tristes episodios vividos en nuestra nación, como lo han sido las violaciones a la vida y a la libertad, la discriminación hacia la mujer y las atrocidades sufridas por el pueblo originario. Resulta claro entonces, que esta altruista figura histórica azuleña excede con holgura las virtudes necesarias para ser recordado con el máximo honor y merecida gratitud. Finalmente, les quiero expresar a todos mis conciudadanos que mi única intención reside en rescatar de nuestra historia a este noble personaje local y que ello sirva para ilustración y orgullo del pueblo del Azul; ciudad donde he venido al mundo y a la que amo tanto, que ningún interés personal estará jamás por encima de este sentimiento. Les saluda con toda cordialidad y afecto: Dr. Omar Horacio Alcántara. INVESTIGADOR HISTÓRICO. ABOGADO. FACULTAD DE DERECHO DE LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES. -
martes, 13 de abril de 2010
RAZONES Y FUNDAMENTOS SOBRE LA FIGURA DEL CAPITÁN RUFINO SOLANO
PORQUÉ RUFINO SOLANO?
Con motivo del proyecto presentado ante el Honorable Concejo Deliberante de Azul el día 17 de marzo de 2010, en el cual se solicita el cambio de nombre de la calle Rauch por el del ciudadano azuleño Rufino Solano, creo oportuno exponer algunas de las razones por las cuales considero que el capitán Rufino Solano debe ser debidamente reconocido en su ciudad, lugar donde en el pasado desplegó actos benéficos y humanitarios en beneficio de esta población.
Porque, desde su función de militar, desarrolló acciones que excedieron las que le eran propias. No se lo juzga por sus cualidades de soldado, aunque también las tuvo.
Porque mediante su acción humanitaria durante décadas de nuestra historia, le devolvió la libertad una infinidad de vidas humanas.
Porque esas vidas humanas eran en su gran mayoría mujeres, niños e incluso hombres que se hallaban viviendo la más horrible situación que puede sobrellevar un ser humano: la cautividad.
Porque esas mujeres, niños y prisioneros rescatados no fueron únicamente personas de su lado, también lo fueron del bando opuesto.
Porque cuando Rufino Solano regresaba con los liberados, la gente que vivía en Azul se lo agradecía con lágrimas en los ojos y hasta besándole las manos.
Porque en la tarea de salvamento de personas demostró poseer una valentía, una equidad y una tenacidad inigualables.
Porque mediante su labor mediadora y pacificadora acordó pactos entre las partes enfrentadas que impidieron mayores derramamientos de sangre, absolutamente inútiles e innecesarios.
Porque por su comportamiento honesto, recto y leal, no solamente con los suyos, también hacia el bando opuesto, supo ganarse el respeto, el aprecio y la consideración de todos.
Porque el pueblo originario confiaba en su palabra y solamente si Rufino Solano iba con ellos accedían a adentrarse a parlamentar en las ciudades o permitían el ingreso a sus dominios.
Porque no solamente conocía a la perfección el ancestral lenguaje indígena sino que también comprendía el alma, las necesidades y los padecimientos del pueblo aborigen.
Porque por poseer estas cualidades era aceptado por el pueblo originario y era capaz de convivir con ellos, en un su ámbito y durante muchas jornadas, como si fuera el suyo propio.
Porque nació, vivió y murió en Azul, sirviendo y protegiendo a su población, lugar a donde sus haberes le llegaban muy de vez en cuando y cuando llegó a viejo le otorgaron solo media pensión por encontrarse físicamente incapacitado, debido a que su cuerpo estaba lacerado por cabalgar decenas de miles de kilómetros en la más cruda intemperie, salvando vidas humanas.
Porque su tarea no le fue fácil ni sencilla, Rufino Solano también alguna vez fue hecho prisionero y además perdió varios de sus hijos en aquella muy difícil etapa de la historia azuleña.
Porque nació, se crió y se hizo hombre al lado de su entrañable amigo, el gran cacique Cipriano Catriel, ambos nacieron en el mismo sitio y en el mismo año, permaneciendo unidos siempre, incluso combatiendo codo a codo en duras batallas y en los frecuentes ataques al Azul; excepto hoy, porque en el mural que rememora la historia de nuestra ciudad, está ausente la figura de Rufino Solano, lo cual es una injustificable omisión o un lamentable desconocimiento histórico.
Porque fue acompañante, guía y aval de cuanta misión de la iglesia se acercaba a nuestra incipiente y estratégica ciudad para contactarse con los aborígenes, igualmente lo fue de cuanta delegación del pueblo originario marchara a la capital de la república, para entrevistarse con el Sr. Arzobispo de la ciudad de Buenos Aires y con otras autoridades del gobierno.
Porque ningún líder aborigen confiaba en palabras y promesas si no estaba presente el “hermano capitán” don Rufino Solano, a quien le confiaban hasta la vidas de sus hijos.
Porque durante su útil existencia benefició a mujeres, niños, hombres de las de la sociedad azuleña, como también de muchas otras poblaciones de su provincia e incluso de otras aledañas.
Porque cuando Rufino solano llegaba a nuestra ciudad, con su precioso cargamento de vidas humanas, era recibido en medio de un gran júbilo popular. La misma algarabía y alegría se vivía en los toldos, cuando llegaba con los liberados aborígenes. Sin ninguna duda, muchos de los que hoy respiramos, lo hacemos gracias a que el existió.
Porque hasta el último de sus días bregó por mejorar las pésimas condiciones y la injusta situación del pueblo originario.
Porque, en resumen, fue un soldado de la paz, de la vida y de la libertad.
Porque los que hoy habitamos la ciudad de Azul y en muchos otros
lugares de nuestra provincia mantenemos una gran deuda con el.
Porque el mayor orgullo de este azuleño siempre fue el de ser “un humilde y fiel servidor de la Patria”, como el mismo lo solía expresar.
Porque a esta altura de nuestro camino, llegando a una edad bicentenaria desde el nacimiento de nuestra Patria, es preciso demostrar que también nosotros hemos madurado y aprendido, no solamente emitiendo frases hechas o pomposos discursos, sino también practicando actos dotados de dignidad y de justicia.
Porque todos debemos ser agradecidos y considerados, tanto nuestros representantes políticos, como los miembros de nuestras instituciones y también nosotros mismos, habitantes de este suelo, porque el desagradecimiento es el peor de los defectos que puede adolecer una persona o una sociedad.
Por todo ello, les pido a todos los que habitan la ciudad de Azul que apoyen este proyecto, haciéndole el debido honor a este ilustre ciudadano azuleño.
Con motivo del proyecto presentado ante el Honorable Concejo Deliberante de Azul el día 17 de marzo de 2010, en el cual se solicita el cambio de nombre de la calle Rauch por el del ciudadano azuleño Rufino Solano, creo oportuno exponer algunas de las razones por las cuales considero que el capitán Rufino Solano debe ser debidamente reconocido en su ciudad, lugar donde en el pasado desplegó actos benéficos y humanitarios en beneficio de esta población.
Porque, desde su función de militar, desarrolló acciones que excedieron las que le eran propias. No se lo juzga por sus cualidades de soldado, aunque también las tuvo.
Porque mediante su acción humanitaria durante décadas de nuestra historia, le devolvió la libertad una infinidad de vidas humanas.
Porque esas vidas humanas eran en su gran mayoría mujeres, niños e incluso hombres que se hallaban viviendo la más horrible situación que puede sobrellevar un ser humano: la cautividad.
Porque esas mujeres, niños y prisioneros rescatados no fueron únicamente personas de su lado, también lo fueron del bando opuesto.
Porque cuando Rufino Solano regresaba con los liberados, la gente que vivía en Azul se lo agradecía con lágrimas en los ojos y hasta besándole las manos.
Porque en la tarea de salvamento de personas demostró poseer una valentía, una equidad y una tenacidad inigualables.
Porque mediante su labor mediadora y pacificadora acordó pactos entre las partes enfrentadas que impidieron mayores derramamientos de sangre, absolutamente inútiles e innecesarios.
Porque por su comportamiento honesto, recto y leal, no solamente con los suyos, también hacia el bando opuesto, supo ganarse el respeto, el aprecio y la consideración de todos.
Porque el pueblo originario confiaba en su palabra y solamente si Rufino Solano iba con ellos accedían a adentrarse a parlamentar en las ciudades o permitían el ingreso a sus dominios.
Porque no solamente conocía a la perfección el ancestral lenguaje indígena sino que también comprendía el alma, las necesidades y los padecimientos del pueblo aborigen.
Porque por poseer estas cualidades era aceptado por el pueblo originario y era capaz de convivir con ellos, en un su ámbito y durante muchas jornadas, como si fuera el suyo propio.
Porque nació, vivió y murió en Azul, sirviendo y protegiendo a su población, lugar a donde sus haberes le llegaban muy de vez en cuando y cuando llegó a viejo le otorgaron solo media pensión por encontrarse físicamente incapacitado, debido a que su cuerpo estaba lacerado por cabalgar decenas de miles de kilómetros en la más cruda intemperie, salvando vidas humanas.
Porque su tarea no le fue fácil ni sencilla, Rufino Solano también alguna vez fue hecho prisionero y además perdió varios de sus hijos en aquella muy difícil etapa de la historia azuleña.
Porque nació, se crió y se hizo hombre al lado de su entrañable amigo, el gran cacique Cipriano Catriel, ambos nacieron en el mismo sitio y en el mismo año, permaneciendo unidos siempre, incluso combatiendo codo a codo en duras batallas y en los frecuentes ataques al Azul; excepto hoy, porque en el mural que rememora la historia de nuestra ciudad, está ausente la figura de Rufino Solano, lo cual es una injustificable omisión o un lamentable desconocimiento histórico.
Porque fue acompañante, guía y aval de cuanta misión de la iglesia se acercaba a nuestra incipiente y estratégica ciudad para contactarse con los aborígenes, igualmente lo fue de cuanta delegación del pueblo originario marchara a la capital de la república, para entrevistarse con el Sr. Arzobispo de la ciudad de Buenos Aires y con otras autoridades del gobierno.
Porque ningún líder aborigen confiaba en palabras y promesas si no estaba presente el “hermano capitán” don Rufino Solano, a quien le confiaban hasta la vidas de sus hijos.
Porque durante su útil existencia benefició a mujeres, niños, hombres de las de la sociedad azuleña, como también de muchas otras poblaciones de su provincia e incluso de otras aledañas.
Porque cuando Rufino solano llegaba a nuestra ciudad, con su precioso cargamento de vidas humanas, era recibido en medio de un gran júbilo popular. La misma algarabía y alegría se vivía en los toldos, cuando llegaba con los liberados aborígenes. Sin ninguna duda, muchos de los que hoy respiramos, lo hacemos gracias a que el existió.
Porque hasta el último de sus días bregó por mejorar las pésimas condiciones y la injusta situación del pueblo originario.
Porque, en resumen, fue un soldado de la paz, de la vida y de la libertad.
Porque los que hoy habitamos la ciudad de Azul y en muchos otros
lugares de nuestra provincia mantenemos una gran deuda con el.
Porque el mayor orgullo de este azuleño siempre fue el de ser “un humilde y fiel servidor de la Patria”, como el mismo lo solía expresar.
Porque a esta altura de nuestro camino, llegando a una edad bicentenaria desde el nacimiento de nuestra Patria, es preciso demostrar que también nosotros hemos madurado y aprendido, no solamente emitiendo frases hechas o pomposos discursos, sino también practicando actos dotados de dignidad y de justicia.
Porque todos debemos ser agradecidos y considerados, tanto nuestros representantes políticos, como los miembros de nuestras instituciones y también nosotros mismos, habitantes de este suelo, porque el desagradecimiento es el peor de los defectos que puede adolecer una persona o una sociedad.
Por todo ello, les pido a todos los que habitan la ciudad de Azul que apoyen este proyecto, haciéndole el debido honor a este ilustre ciudadano azuleño.
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