En una misión encomendada por sus superiores, el capitán Rufino Solano se dirigió a los todos del legendario cacique araucano Juan Calfucurá (Piedra Azul), En esta oportunidad, su tarea era llegar a un acuerdo de paz para evitar la guerra con el indómito cacique. Después de largos parlamentos y tratativas, Calfucurá accedió a entregarle a Solano treinta y siete cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca (Fortín Estomba), las que el capitán consideró más seguro llevarlas primero hasta Azul y desde allí, enviarlas bajo segura custodia hasta su ciudad de origen. Idea a las que los aborígenes se opusieron, resolviendo que una comisión de ellos les acompañarían hasta la ciudad de Bahía Blanca.
Salió la comisión indígena, pero en las cercanías de aquella ciudad, una partida del coronel Murga los confundió con indios malones y los pasaron a cuchillo. Entre los indios que integraban la comisión venía de jefe un hijo de Calfucurá y de segundo, un yerno de este cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca. Pocos días después otra comisión de indios pasó por allí y avistó los cadáveres de sus compañeros, regresando raudamente a Chiloé informando el macabro hallazgo a Calfucurá.
Entretanto, el capitán Rufino Solano aún permanecía en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivas azuleñas para ponerse en marcha hacia el Azul. Las terribles noticias traídas provocaron una gran revuelta en los toldos, los indios se movilizaban y amenazaban lancear a Solano, sus hombres y a las cautivas. Cuenta Solano, que fueron alojados en una tienda a la sola espera de la orden para exterminarlos, terribles golpes se escuchaban en el exterior de la tienda y varias lanzas atravesaban los endebles cueros pasando sus puntas a centímetros de sus cuerpos. De inmediato se dispuso un Consejo de Guerra que rápidamente dictaminó la condena de muerte de Solano y sus hombres. Mientras tanto, las pobres cautivas veían desvanecer sus sueños de libertad y lloraban desconsoladamente.
Terminada la sesión, el propio Calfucurá avanzó decididamente hacia Solano, espada en mano, a los fines de cumplir con la sentencia, Solano, tranquilo y sin perder su serenidad ni su temple, mirando fijamente a los ojos del cacique le habló en su lengua e inició un largo discurso donde puso en evidencia la sincera amistad que los unía, la ayuda que había proporcionado a los indígenas en varias ocasiones y lo equivocado del fallo. Manifestó al cacique que la culpa de lo sucedido la tenían ellos mismos, le recordó que su propio hijo había escrito las notas y que él mismo le había propuesto llevarlas al Azul y de allí remitirlas a Bahía Blanca. Después de un dramático silencio con que fueron acogidas sus palabras entre los jueces indios no revocaban la sentencia, de pronto, Calfucurá bajó su brazo empuñado y asintiendo con su cabeza comprendió y reconoció su error, miró a Solano y profirió la tan famosa frase que trascendió a los tiempos: “Tenés razón, hijo, por eso no te mato” y arrojando su espada al suelo, ordenó a sus indios que se retiraran. Esta decisión, permitió seguir viviendo al Solano y sus hombres, además días después las cautivas recuperaran su ansiada libertad.
Salió la comisión indígena, pero en las cercanías de aquella ciudad, una partida del coronel Murga los confundió con indios malones y los pasaron a cuchillo. Entre los indios que integraban la comisión venía de jefe un hijo de Calfucurá y de segundo, un yerno de este cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca. Pocos días después otra comisión de indios pasó por allí y avistó los cadáveres de sus compañeros, regresando raudamente a Chiloé informando el macabro hallazgo a Calfucurá.
Entretanto, el capitán Rufino Solano aún permanecía en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivas azuleñas para ponerse en marcha hacia el Azul. Las terribles noticias traídas provocaron una gran revuelta en los toldos, los indios se movilizaban y amenazaban lancear a Solano, sus hombres y a las cautivas. Cuenta Solano, que fueron alojados en una tienda a la sola espera de la orden para exterminarlos, terribles golpes se escuchaban en el exterior de la tienda y varias lanzas atravesaban los endebles cueros pasando sus puntas a centímetros de sus cuerpos. De inmediato se dispuso un Consejo de Guerra que rápidamente dictaminó la condena de muerte de Solano y sus hombres. Mientras tanto, las pobres cautivas veían desvanecer sus sueños de libertad y lloraban desconsoladamente.
Terminada la sesión, el propio Calfucurá avanzó decididamente hacia Solano, espada en mano, a los fines de cumplir con la sentencia, Solano, tranquilo y sin perder su serenidad ni su temple, mirando fijamente a los ojos del cacique le habló en su lengua e inició un largo discurso donde puso en evidencia la sincera amistad que los unía, la ayuda que había proporcionado a los indígenas en varias ocasiones y lo equivocado del fallo. Manifestó al cacique que la culpa de lo sucedido la tenían ellos mismos, le recordó que su propio hijo había escrito las notas y que él mismo le había propuesto llevarlas al Azul y de allí remitirlas a Bahía Blanca. Después de un dramático silencio con que fueron acogidas sus palabras entre los jueces indios no revocaban la sentencia, de pronto, Calfucurá bajó su brazo empuñado y asintiendo con su cabeza comprendió y reconoció su error, miró a Solano y profirió la tan famosa frase que trascendió a los tiempos: “Tenés razón, hijo, por eso no te mato” y arrojando su espada al suelo, ordenó a sus indios que se retiraran. Esta decisión, permitió seguir viviendo al Solano y sus hombres, además días después las cautivas recuperaran su ansiada libertad.
BIBLIOGRAFÍA:
Cutolo, Vicente Osvaldo, NUEVO DICCIONARIO BIOGRÁFICO ARGENTINO, Editorial ELCHE, Buenos Aires, año 1995.-osbaldo
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