sábado, 25 de octubre de 2008

EL CAPITÁN RUFINO SOLANO POR ANTONIO DEL VALLE

CAPITAN RUFINO SOLANO

Biografía del personaje azuleño extraída de: “RECORDANDO EL PASADO”, Tomo I, Págs. 335/342, de Antonio G. del Valle, Editorial Placente y Dupuy, Azul, 1926.-

El capitán Don Rufino Solano, es uno de los buenos y leales servidores de la civilización. Desde su juventud, sirve en las fronteras jugando temerariamente su vida; salvando de las garras del salvaje, infinidad de cautivos, para devolverlos a los hogares de donde han sido arrancados por la fuerza y la insolencia brutal del indómito hijo del Desierto. No se detiene ante el peligro de las chuzas ensangrentadas de los bárbaros que irrumpen como avalanchas de fieras, husmeando sangre. Su misión noble y austera, lo lleva más allá.
El capitán Solano, entiende que es deber de patriotismo y de humanidad tender la mano a sus semejantes; y sin darse reposo acomete durante largos años la ruda tarea de pactar con los indios y rescatar los cautivos. Para ello, se interna Tierra Adentro, llega a las mismas tolderías, habla con los caciques en cuya compañía pasa largas temporadas, y regresa a tierra de cristianos trayendo como trofeos de sus incursiones arriesgadas gran número de cautivos de ambos sexos que allá en los aduares salvajes han gemido amargamente en aquellas largas e interminables noches de sus cautiverios.
El capitán Solano ha recorrido las más largas, penosas y arriesgadas travesías en aquellas épocas en que internarse al Desierto equivalía renunciar a la vida. El mérito de éste valiente soldado de la civilización, consiste en este valor frío, tranquilo, sereno; en ese tacto y en esa seguridad que tiene en su propia fuerza de voluntad. El va, se interna a los confines de la pampa donde el bramido del tigre y el alarido del salvaje hacen dúo infernal y viven en consorcio amigable: es que las fieras también se buscan y fraternizan en las soledades y en las tupidas marañas de los campos solitarios del Desierto. Va jugando su vida en la seguridad de que el éxito de sus campañas son triunfos de la civilización.
Los servicios del capitán Solano en esa larga campaña en que su figura se destaca con relieves de méritos indiscutibles, se condensan en sus viajes a las tolderías en busca de cautivos.
Como soldado en las filas de los cuerpos en que ha servido, sus servicios se cuentan por largos años, habiéndose encontrado en innumerables combates librados en la Pampa.
Entendiendo rendir homenaje de gratitud a su memoria, que bien la merece, dedicámosle esta página a fin de que su nombre no duerma perdido en esa larga noche del olvido en que se pierden para siempre los nombres de tantos héroes, unas veces por negligencias, otras por egoísmo, y muchas por ignorarse sus hazañas. Sin esta clase de servidores abnegados, tal vez la civilización aún estaría en embrión de esos solitarios campos del Desierto.
El capitán Solano entró a prestar servicio militar, como soldado, el año 1855 en el Fortín Estomba que se pobló entonces, y a las ordenes del teniente Preafán. Con motivo del fallecimiento de este oficial que pereció en el Arroyo Tapalqué; Solano quedó a las órdenes del alférez Ivano quien al frente de una compañía del batallón 3 de línea se hizo cargo del mencionado fortín.
El año 58; Solano fue licenciado; y el 64 con el grado de subteniente de guardias nacionales formó a las órdenes del comandante Lora, en Olavarría. Fue de los fundadores de este pueblo.
El 65 pasó a órdenes del coronel Don Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud. Ese año, por orden del coronel Machado, Solano hizo su primer viaje a las tolderías del temible Calfucurá con orden de pactar con este indio, pues se tenía conocimiento que una fuerte indiada debía invadir la frontera Sud.
Solano llegó a los toldos, habló con Calfucurá: la invasión no se llevó a cabo, y regresó al campamento conduciendo algunas cautivas que le fueron entregadas.
Poco tiempo después, el coronel Don Álvaro Barros es designado jefe de las fronteras en reemplazo del coronel Machado, y Solano sigue prestando servicios a órdenes del nuevo jefe.
El 66, hace varios viajes a las tolderías de Calfucurá en Chiloé, de donde regresa con quince cautivos. El 68, es ascendido a teniente 2º, y a las órdenes del coronel Don Francisco Elías llegan a la Blanca Grande, abriendo los primeros cimientos de aquel avanzado Fuerte.
El 69, el coronel Elías lo envía a los toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos con este cacique. Allí permanece una temporada, y a su regreso trae treinta cautivas que fueron enviadas a sus respectivos domicilios.
En ese mismo año hizo varios viajes al desierto desempeñando comisiones encomendadas por sus jefes. Entretanto, los indios invadieron por Quequén Chico y Tres Arroyos, llegando en fuertes grupos hasta el Arroyo Chico, partido de Tandil. Los invasores llevaron más de ochenta cautivos entre hombres, mujeres y niños.
En el Sauce Corto, el Teniente Rivero que andaba en observación fue alcanzado por la indiada, y después de un reñido y desigual combate en que la mayor parte de la gente de este oficial fue muerta, y él herido, fue hecho prisionero y llevado a los toldos de Calfucurá.
El 70 fue ascendido a Teniente Iº, y nuevamente fue mandado por el coronel Elías a los toldos de Calfucurá. Al llegar al Sauce Grande, el Teniente Solano y los tres soldados que lo acompañaban divisaron un indio bombero que desde la cumbre de un médano los observaba. Solano y sus hombres se encaminaron al paso del arroyo de donde les salió al encuentro un grupo de más de treinta indios.
Los soldados de Solano rodearon las tropillas para mudar caballos y huir. A no haberlos convencidos que no debían disparar porque corrían peligro de ser lanceados de atrás, Solano hubiera quedado solo en el campo. Acompañado de uno de sus hombres, se adelantó hacia donde los indios venían, quedando los otros con las tropillas.
Al aproximarse, los indios reconocieron a Solano, manifestándole que el objeto que los traía era llevar cautivos, para ver si por ese medio conseguían la libertad del padre del cacique Mariano Cañumil y de otros capitanejos que junto con treinta indios habían sido tomados prisioneros en Puán por el comandante Llanos, y se encontraban presos en la Blanca Grande.
Capitaneaba el grupo de indios, un hijo de Cañumil. Solano logró convencer al indio que debían regresar a los toldos, que él se comprometía a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros.
El hijo de Cañumil accedió, y emprendieron juntos la marcha hacia los toldos. De éste punto, acompañados por este cacique y cuatro indios salió para Chiloé residencia de Calfucurá.
A los veinte días regresaba a la Blanca Grande con veinte cautivos que los indios tenían en sus toldos; y acompañado por el capitanejo Juan Miel cuatro indios que le servían de escoltas.
El coronel Elías queriendo premiar éstos actos, solicitó y obtuvo el ascenso a Capitán, enviando a Solano a Buenos Aires a solicitar del Ministro de la Guerra la libertad de los indios prisioneros en la Blanca Grande. A su regreso, el capitán Solano era portador de una orden para el coronel Elías a fin de que pusiera en libertad los prisioneros, y les entregara al propio Solano para que lo condujera personalmente a sus toldos. Al mismo tiempo se le entregó hacienda yeguariza que llevó para racionar a los indios.
La llegada de los prisioneros a las tolderías fue festejada con bailes, borracheras de los pampas, y fiestas tan salvajes como ellos mismos.
Cuando el Capitán Solano regresó a la Blanca Grande traía cuarenta cautivos, incluso el Teniente Rivero prisionero en el Sauce Corto. Solano hablaba y conocía la lengua araucana con la misma propiedad que los indios.
Durante la Guerra del Paraguay, Solano hizo varios viajes a las tolderías de Calfucurá, permaneciendo largas temporadas hasta que lograba la entrega de cautivos que eran conducidos después a sus destinos.
El capitán Solano acompañó desde los toldos de Chiloé hasta el Azul, y de éste punto a Buenos Aires al cacique Manuel Namuncurá, y a los capitanejos que acompañaban a éste: Mariano Paisanán, Loncomil, Curumán Mericurá, Turuvin, Juan Miel, Curupán, Benito Pichicurá y otros que iban a conferenciar con el Ministro de la Guerra.
El presidente de la Republica Dr. D. Márcos Paz, dió órdenes para que la comisión de indios fuera hospedada en el antiguo “Hotel Hispano Argentino”, calle Piedras entre Belgrano y Moreno. Tres meses permaneció en Buenos Aires la referida comisión indígena.
El capitán Solano, había regresado a la frontera nuevamente. Por orden superior emprendió viaje a los toldos de Calfucurá llevando comunicaciones para el citado cacique. En este viaje llegó hasta las guaridas de indios que vivían en Milla-Huinqué, Anomur, Choiqué Mahuida, Cadi-Leufú, Tranir-Lauquén, Huinca-Renanco, Queni-Malaal, etc. Gobernaban estas tolderías los caciques hermanos Lincó y Rolupán. Con ellos hizo tratados y rescató muchos cautivos.
Siendo Jefe de la frontera el General Don Ignacio Rivas, el año 72, Solano hizo varios viajes al Desierto. Unos conduciendo raciones para las tribus, otros con objeto de parlamentar con los caciques, y traer cautivos que generalmente le eran entregados.
En unos de sus tantos el capitán Solano consiguió rescatar un considerable número de cautivos en el que venían cuarenta mujeres pertenecientes al Rosario de Santafé, y que habían sido tomadas por los indios de Calfucurá en la invasión que llevaron hasta el Sauce del Rosario, distante cinco leguas de la ciudad de ese nombre.
Al regresar de Chiloé con los cautivos acompañaban al Capitán Solano diez capitanejos que Calfucurá enviaba a Buenos Aires en comisión ante las autoridades nacionales.
La llegada de Solano con las cautivas rescatadas y los capitanejos que los acompañaban, causó como es consiguiente curiosidad en la gente de la ciudad que se aglomeraba en considerable número frente al local donde se hospedaban.
Fueron visitados por el Arzobispo Dr. Federico Aneiros quien los colmó de atenciones.
El entonces Ministro de la Guerra coronel Gainza ordenó a Solano que se embarcara en vapor Pavón y condujera personalmente las cautivas hasta la ciudad del Rosario, entregándolas a las autoridades para que las hicieran conducir a sus respectivos destinos.
En Rosario fueron recibidos por una Comisión de damas, por el Presidente del Club Social Don Federico de la Barra y por numeroso público que ansiosos esperaban la llegada de los libertados. Al desembarcar, se produjeron actos y escenas emocionantes y conmovedoras.
El capitán Solano fue obsequiado con una medalla con que la sociedad del Rosario premió sus actos de humanidad y de valentía reintegrando a la vida civilizada seres arrancados por la mano salvaje al cariño de los hogares.
Cumplida su misión, el capitán Solano regresó a Buenos Aires, y de allí a la frontera con la comisión de indios que había permanecido por un mes en la ciudad. Llegado al campamento, el general Rivas lo envió a las tolderías para que distribuyera entre los indios tres mil yeguas de racionamiento de acuerdo con los pactos celebrados.
En la batalla de San Carlos, el capitán Solano desempeñaba el cargo de jefe de baqueanos, y fue debido a sus indiscutibles conocimientos de los campos, que la división del general Rivas logró hacer sus marchas rapidísimas, y aparecer al venir el día delante de Cabeza del Buey, llegas a San Carlos donde se encontraba el coronel Boer, y librara contra las hordas de Calfucurá esa sangrienta como colosal batalla. Los indios, durante la batalla habían reconocido al capitán Solano y le gritaban “pásese capitán, pásese”.
Pocos días después, el capitán Solano fue comisionado por el general Rivas para internarse hasta los mismos toldos de Calfucurá a objeto de hacer arreglos y tratados de paz, y rescatar los cautivos que allí tenían de rehenes.
No obstante lo peligroso de la misión como consecuencia de la batalla que acababa de librarse y que los indios sufrieron enormes pérdidas, Solano se internó al Desierto, llegó a Chiloé y entregó las notas de que era portador al mismo Calfucurá. Este reunió sus caciques dándoles lectura del contenido, al mismo tiempo de que Solano les explicaba el objeto de su misión.
Después de parlamentar, Calfucurá decidió entregarle treinta y siete mujeres cautivas, de las cuales, siete pertenecían a Bahía Blanca, las que Solano quería traer hasta el Azul, de donde serían enviadas por órdenes de general Rivas y bajo segura custodia. Los indios se opusieron, resolviendo que una misión de entre ellos las conducirían a Bahía Blanca. En efecto, se pusieron en marcha con numeroso arreo de cargueros. Llevaban ponchos matras, pluma de avestruz, quillangos, etc.
Al llegar a Bahía Blanca una partida de soldados de las fuerzas del coronel Murga les salió al encuentro, y confundiéndolos con indios malones los pasaron a cuchillo. Entre los indios que formaban la comisión venía de jefe un sobrino de Calfucurá; y de segundo, un yerno del citado cacique. Las cautivas fueron llevadas a Bahía Blanca.
Pocos días después, salía otra comisión de indios también con cargueros, y con destino a Bahía Blanca. A su paso encontraron los cadáveres de sus compañeros, y aprovechando que no fueron sentidos regresaron a los toldos con la noticia del fúnebre hallazgo. Entre tanto el capitán Solano había permanecido en Chiloé esperando reunir mayor número de cautivos para ponerse en marcha al Azul.
El regreso de los indios alarmó considerablemente a la tribu que se puso en movimiento dando enormes alaridos y amenazando con lancear a Solano, a sus hombres y a las cautivas.
Los indios rodearon el toldo donde se alojaba el capitán, esperando la señal del cacique para exterminarlo.
Solano y los soldados que lo acompañaban se prepararon para defenderse. Las pobres cautivas lloraban asustadas, enloquecidas de terror! Debió ser aquel un cuadro conmovedor!
Calfucurá enfurecido, empuñando filosa espada se dirigió a Solano amenazándolo con matarlo. Creía que debido a insinuaciones suyas los indios habían sido muertos en Bahía Blanca. Solano tranquilo, sin perder su serenidad ni su temple le habló en la lengua, logrando convencer al terrible cacique que la culpa la tenían ellos mismos: que su propio hijo había escrito las notas, y que recordára que él mismo les había propuesto llevarlas al Azul, y de aquí remitir las cautivas a Bahía Blanca. “Tenés razón, hijo”, le contestó Calfucurá, “por eso no te mato”; y arrojando la espada al suelo, ordenó a los indios que se retiraran.
Al día siguiente, a instancias de Solano, este fue despachado con notas para el general Rivas y el coronel Elías, llevando las cautivas y acompañado por el capitanejo Corobui y seis indios.
Un mes después de permanecer en Azul, el general Rivas envió de nuevamente a Solano a los toldos de Chiloé con regalos para Calfucurá. Llevaba cinco cargueros con ponchos, chiripás, sombreros, chucherías y ropa de toda clase. Calfucurá, agradecido a esta distinción; cuando regresó el capitán Solano, le entregó varios cautivos que fueron traídos al Azul.
Al estallar la revolución del 74, el capitán Solano se encontraba en Buenos Aires. El coronel Barros lo envió para que se entrevistara con Juan José Catriel a fines de atraerlo a las filas del Ejército leal al gobierno. Su misión no debió serle de buenos resultados en el primer momento, pués éste cacique se sublevó a favor de la Revolución; aunque más tarde se presentó con sus indios a la División del coronel Lagos, traicionando a su hermano Cipriano Catriel y a los jefes con que se había comprometido.
Más tarde Solano fue mandado en comisión por el Doctor Alsina Ministro de Guerra, a los toldos de Namuncurá. En marcha por el Desierto, Solano avistó una fuerte invasión A fin de no caer en manos de los indios, se desvió cuanto le fué posible, llegando a los toldos del referido cacique donde solo encontró la chusma y algunos indios viejos de la tribu, pues toda la indiada con Namuncurá al frente se había lanzado al malón.
Al emprender su regreso, venía el capitán Solano acompañado por el cacique Millalua y seis indios con lo que llegó a Carhué presentándose al coronel D. Nicolás Levalle. Este jefe colmó de regalos a los indios que permanecieron varios en el campamento, de donde regresaron a sus toldos. Solano siguió viaje a Buenos Aires a dar cuenta de su misión.
En el año 80, el general Roca comisionó al capitán Solano para recibir y conducir hasta la capital al cacique Valentín Sayhueque y su comitiva; igualmente que otra comisión de indios encabezada por el cacique Lorenzo Paine-Milla que venían a pedir tierras al gobierno. Todos estos indios fueron alojados en el viejo Cuartel del Retiro.
Para los años 98 o 99 llegó al Azul la india Viviana García, titulada “Reina de lo Indios”. Acompañábanla dos hijos, y los capitanejos Juan Centenera, Mariano Guerra, Simón Rosas, Francisco Díaz, Fermín Garro, Máximo Jerez y otros más. Solano los acompañó hasta Buenos Aires donde se presentaron ante las autoridades nacionales.
La India Viviana, venía también a solicitar tierras del Gobierno para poblarlas con sus indios.
El capitán Solano murió en el Azul, viejo y pobre. Era hijo del guerrero de las invasiones inglesas y de la guerra de la Independencia, Teniente Dionisio Solano, del célebre “Regimiento Patricios”.
Como a tantos otros, la patria lo tiene olvidado.
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