sábado, 25 de octubre de 2008

EL DIPLOMÁTICO CRIOLLO, DON RUFINO SOLANO, POR EL HISTORIADOR ACADEMICO Y DE LA IGLESIA, PADRE RAÚL ENTRAIGAS

EL DIPLOMATICO CRIOLLO

Extraído de la HISTORIA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA 1862 – 1930, Volumen IV, del historiador académico P. Raúl A. Entraigas, Publicado por la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1967, Editorial Ateneo.

El 6 de diciembre de 1913 moría pobre y oscuramente un viejo soldado en Azul, era el capitán Rufino Solano. La Pampa le debe mucho a ese hombre. Fue un modesto servidor de la patria quien, en reiteradas ocasiones, con riesgo de su vida, llegó hasta Salinas Grandes, en las tolderías de Calfucurá para rescatar cautivos y entablar relaciones con los indígenas.
En 1864 era subteniente y sirvió en los guardias nacionales de Olavarría. Al año siguiente, el coronel Machado le confió la misión de presentarse a Calfucurá. Regresó con buena cantidad de cautivos rescatados. Desde entonces, Solano se convirtió en emisario obligado ante los jerarcas de las pampas. Tenía un don especial para tratarlos, basado en la bondad y la comprensión. En 1868 fue ascendido a teniente y pasó a depender del coronel Francisco Elías, con el que echó los cimientos del fuerte de Blanca Grande.
Por su creciente prestigio en el manejo de las relaciones con los aborígenes, el gobierno lo ascendió a capitán. En el año 1869, Solano pasó un mes en Salinas Grandes y volvió al cuartel con 30 cautivos cristianos. Al año siguiente hizo otra visita a los toldos y regresó con 20 blancos rescatados. En 1872 hizo varios viajes a Salinas, y otras tolderías, consiguiendo rescatar en uno de ellos a 40 mujeres que habían sido cautivadas en las inmediaciones de Rosario, y lloraban su destierro en Salinas Grandes.
A las órdenes del general Rivas combatió en la sangrienta batalla de San Carlos; reconocido por los indios, lo invitaban a pasarse a sus filas, tal el afecto que le tenían. Hasta 1880 fue siempre el mensajero de los cristianos ante los indígenas, y el acompañante de cuanto capitanejo venía a Buenos Aires, en comisión ante las autoridades nacionales. La Pampa está en deuda con este humilde soldado que con su buen trato y “savoir faire”, mantuvo la paz en sus confines durante casi veinte años. Si todos los que entendían en el problema del indio hubieran tenido sus cualidades ¡cuánta sangre se hubiera ahorrado y cuántos aborígenes se hubieran sumado a los que prepararon una Argentina grande y feliz! En 1885, le cupo la última satisfacción: la de presentar en Buenos Aires al temible y altivo cacique Valentín Sayhueque.
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